Cultivando el Desierto, Ethel Herivel Lambert

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7. Cultivando el Desierto

Continuando con éste espacio libre que hemos dedicado a reseñar libros sobre la historia del Huasco, quiero muy sensiblemente agradecer a todas las personas que leen y comentan estas torpes líneas, así como agradecer a Carlos Opazo Álvarez por brindarme generosamente este espacio virtual de comunicación y cultura; todo esto comenzó como un pasatiempo personal, sin ninguna pretensión de masividad, pensado como un rinconcito de intimidad para intentar mirar lo que somos como colectivo,  una linterna misteriosa prendida en medio de la noche; este espacio lo asumí como un eslabón para continuar con otros proyectos de investigación futuros, sin embargo se ha constituido en un lugar de encuentro de muchas más personas de las que originalmente pensé que podrían interesarse en estas temáticas, vaya para todos ustedes, sensibles, sesudos, críticos y pacientes lectores un abrazo desde lo más profundo del Huasco.

En esta oportunidad reseñaremos un texto delicioso, una delicatesen, un regalo para nuestros lectores, ya que se trata de una joya de valor superior, quiero compartir con ustedes mi mirada sobre uno de los libros sobre historia local que más me ha gustado, el mejor escrito, uno de los más profundos, es a mi juicio el que mejor logra captar y poner en palabras lo que se siente al ser huasquino, el vivir en esta zona, se trata de “Cultivando el Desierto”, de Ethel Beatrice Herivel Lambert; originalmente publicado en Inglés bajo el título “We Farmed a Desert” por la prestigiosa casa editorial inglesa Faber & Faber en 1957, y reeditado en Chile, en Julio del año 1973, por el Instituto de Capacitación e Investigación en Reforma Agraria, ICIRA, Proyecto Gobierno de Chile/FAO.

En este espacio de reseñas sobre libros dedicados a la historia local del Huasco hemos tratado hasta aquí de 6 textos, todos formalmente de tinte histórico, hemos venido planteando nuestras columnas en la lógica de la matriohistoria o historia matria, la historia de nuestro terruño; en reseñas anteriores caracterizamos sucintamente qué pretendemos decir con ese concepto y como lo intentamos aplicar al conocimiento y amor por nuestra tierra; hemos dedicado columnas enteras a desentrañar el aporte real o pretendido de los diversos autores locales a la historia de este espacio/ tiempo identitario y poético que denominados “El Huasco”; sin embargo la matriohistoria es un proyecto va más allá de ser una mera revisión de autores con credenciales de historiadores o cronistas, ya que integra también a toda fuente que nos aporte datos y miradas significativas sobre lo que tratamos de conocer, la matriohistoria es por ello subjetiva, no se escribe ni se inscribe fuera de la historia que pretende relatar, es parte de ella, es producida por ella misma; la matriohistoria no desdeña los relatos poéticos, novelescos, pinturas, chismes, músicas, cuadros, cómics, fotografías, etc., solo por no ser oficialmente históricos, al contrario, la matriohistoria se nutre de todas las manifestaciones humanas; en este caso trataremos de un libro escrito fuera del Huasco, que no fue pensado para ser leído en el Huasco, ni en Chile, fue escrito en inglés hace más de 60 años por una mujer británica perteneciente a una cultura muy distinta a la nuestra, texto que, sin embargo, tiene olor a valle, a río, a desierto, a libertad, se trata de un libro completamente matriohistórico, lleno de amor por la tierra, a la altura de nuestros buenos padres fundadores Luis Joaquín Morales y Juan Ramos Álvarez, que ya hemos reseñado y compartido con ustedes en anteriores entregas.

Ethel Herivel era nieta del célebre ingeniero en minas de origen francés Carlos Lambert, conocido en Chile y en el valle del Huasco durante la primera mitad del siglo XIX por sus innumerables aportes a la minería nacional, en especial por introducir los ya famosos hornos de reverbero, que permitían beneficiar mineral de desmontes y minerales ricos en sulfuros de cobre, ya que hasta la introducción de ese adelanto tecnológico solo se conocía el trabajo de los óxidos de cobre, cuya actividad estaba en decadencia y abandono al haberse agotado la mayoría de las minas que los producían y/o haberse declarado en broceo, es decir no rentables por contener sulfuros de cobre, intratables sin los mencionados hornos de reverbero; la importancia de los hornos de reverbero en la economía del Huasco puede ser seguida leyendo a Luis Joaquín Morales, quien nos entregó valiosa y nutrida información al respecto; Ethel Herivel a pesar de ser nieta de este afamado señor Lambert y además de ser sobrina de Guy Wodehouse, apellido muy conocido y asociado a la agricultura Huasquina,  no sabía mucho más sobre Chile y es así como llega al Huasco, principiando la década del 40`, de manera contemporánea a la luctuosa segunda guerra mundial que involucró a su país y siendo alcalde en Vallenar don Manuel Magalhaes Medling, su permanencia en nuestra tierra se prolongaría por 15 años, de los cuáles son testimonio el texto que comentamos.

E. B. Herivel, como sobriamente se firma ella misma, nos regaló un relato dividido en 20 exquisitos capítulos, donde nos narra sus peripecias, junto a su esposo Raymond y a su inolvidable hijo John de tan solo 6 años, con quienes deciden comprar a ciegas un terreno agrícola en Chile, norte chico y venirse a ser agricultores, sin tener idea del país, sus costumbres, su idioma, ni de agricultura; juntos se embarcan en un sueño loco de libertad y esfuerzo familiar; su relato comienza con su tortuoso viaje por tierra desde Santiago a Vallenar, donde esperan encontrar un fundo en buenas condiciones donde comenzar su nueva vida, un nuevo comienzo construido piedra a piedra por sus propias manos. Es un relato muy vívido, muy real, de muchas expectativas previas, lleno de detalles sabrosos, de anécdotas que reflejan los diversos choques culturales sufridos por Ethel y su familia al enfrentarse a nuestra cultura de provincia sudamericana.

Desoyendo todos los consejos de sus parientes nuestros protagonistas compran a ciegas una propiedad ubicada en El Imperial, a nueve kilómetros valle adentro de Vallenar, de 160 acres, algo así como 65 hectáreas, allí se instalan, en compañía de sus muchas mascotas, especialmente perros, de cuya biografía la autora nos hace relatos simplemente encantadores, dicho sea de paso, Ethel Herivel es una digna ancestra del animalismo perruno actual; repuestos del shock que les produjo encontrarse frente a una propiedad prácticamente en estado de abandono acometen con tesón inglés la laboriosa tarea de construir allí su hogar, su soleada felicidad.

El libro de Ethel Herivel está lejos de ser el típico relato agropecuario que tanto les gusta leer a los adoradores del costumbrismo anodino, ya que incluye razonamientos cargados de interpretación antropológica, de significancia cultural, de profunda agudeza, no por nada la antropología, como ciencia, nació en su país de origen: como una mirada sistemática de los otros, de lo desconocido, por ello fue una herramienta usada en el proyecto colonizador del imperio británico, en cambio en los ojos de Etherl Herivel se transforma en una forma de entender a las culturas diferentes a la propia con una gran comprensión, sin juicios valóricos definitivos, con un afán de entender, no de castigar o execrar, sin pretender establecer escalas evolutivas presididas por el hombre europeo en detrimento de las culturas de los otros continentes; Ethel Herivel y su familia no vienen al Huasco a condenar ni a horrorizarse con nuestra carenciada existencia sudamericana, desértica y provinciana, vienen a compartir con nosotros nuestro modo de vida.

El libro, si bien posee algunos errores históricos importantes, como asumir que Diego de Almagro, en su expedición conquistadora, ingresó a Chile por el valle de San Félix o situar al terremoto que azotó la zona en el año 1921, es decir un año antes de lo históricamente correcto, es espléndido; del mismo modo resultan anecdóticos los errores sobre toponimia y honomástica local, en especial en lo referido a los apellidos de más difícil pronunciación para una inglesa como “Huanchicay”, que se escriben en el texto como “Huenchucay”; consideramos que la traducción es de buen nivel, realizada, en su edición chilena de 1973, por María Teresa Saint Marie, aún cuando notamos que se traduce como “valle” a todos aquellos accidentes geográficos que en español y en nuestra zona llamamos como “quebradas”, lo que entorpece en algo su mejor lectura.

Debemos recordar que la ICIRA decide traducir y publicar este libro en Chile por su alta implicancia en la temática que la CORA, Corporación de la Reforma Agraria, estaba desarrollando en Chile desde su creación en 1962 y en especial en el año 1973, en pleno gobierno de la Unidad Popular, presidido por el doctor Salvador Allende, donde el tema de la concentración de la propiedad y uso de la tierra estaba en fuerte entredicho; éste libro fue publicado como una muestra de que con esfuerzo se puede hacer productiva la tierra, y que ésta debe ser de propiedad de quien la trabaja; el libro plantea principalmente que el aspecto técnico es secundario, ya que el principal componente debe ser el esfuerzo humano, lo técnico se aprende, la disciplina frente al trabajo es el elemento más resaltado; todo éste proceso de reforma agraria en Chile, más allá de su discutido éxito parcial fue interrumpido por el golpe de Estado de 1973, produciéndose en adelante un fenómeno inverso de reconcentración de la propiedad de la tierra, agravado por la dictación del código de aguas de 1981, con funestas consecuencias para Chile, para nuestro valle y para el desarrollo de largo plazo de nuestra gente.

Las aventuras de esta familia de gringos locos son muchas, desde reconstruir una casa para poder vivir, hasta levantar galpones de diversos usos, diseñar sus plantaciones frutícolas, planificar sus sistemas de riegos y almacenaje de agua, realizar invernadas para su ganado vacuno directamente al desierto norte de El Imperial, en las aguadas de El Salto, El Molle y El Durazno, entre otras; en un comienzo esta familia de afiebrados habitantes del desierto consideraron que una de las ventajas de su fundo era emplazarse a solo metros de la “Estación Experimental Frutícola” de Imperial Bajo, diseñada por el gobierno chileno, a través del ministerio de agricultura, en cuya consecución tuvo participación también don Teodolino Alvarez, ex alcalde de Vallenar, como nos cuenta don Juan Ramos Alvarez en su libro “Historia del Valle del Huasco”, ésta Estación Experimental Frutícola abrió sus puertas en el año 1931, es decir diez años antes de que la familia británica se instalara en Imperial; sin embargo la proverbial inoperancia de los funcionarios que la dirigían, sumada a las disputas familiares suscitadas entre el jefe y el subjefe de la Estación hizo que su aporte fuera nulo; aquí historia y relato se unen; Ethel Herivel nos cuenta en detalle las causas, muy humanas, muy chismosas, muy huasquinas, que generaron que esa Estación Experimental Frutícola no rindiera los resultados esperados, sobre el particular nuestros historiadores locales guardan su acostumbrado y condescendiente silencio.

La familia de gringos locos, como la apodó la comunidad vallenarina de la época, decidió transformarse en pisqueros, para ello viajaron hasta San Félix a comprar un alambique viejo, y sin conocimiento del rubro más que el recabado en libros encargados desde lejos y el consejo de amigos de la comunidad británica residente, como el muy conocido Bill Millie, fueron capaces de producir el extraordinario pisco “Tacam”, cuyo nombre eligieron por provenir de las letras centrales de la palabra “Atacama”, su recuerdo de altísima calidad todavía no superado aún perdura en el gaznate siempre reseco del huasquino profundo; si usted, amigo/a lector/a, quiere saber cómo se elaboró esa ambrosía digna de un faraón, lea el libro, no siga creyendo que el pisco Tacam fue producido por la destacada familia local Rissi, ellos lo compraron ya hecho, compraron la marca de calidad, muy posteriormente, cuando Ethel Herivel y su familia deciden regresar a su país natal, después de 15 años de residencia en El Imperial, pero no nos adelantemos tanto ya que el relato es demasiado interesante y sensible como para llegar a su fin tan pronto.

Más allá de los aspectos agropecuarios del libro, que son muchos y muy bien descritos, hay otros que me parecen más relevantes para la matriohistoria local, en especial aquellos capítulos dedicados a describir las costumbres y el imaginario local del vallenarino de la década de los 40`s del siglo pasado: su afición por el cine, el famosísimo Hotel Bernabé, la políglota, babélica y variopinta población local, los profesionales más destacados y pintorescos, nuestras ancestrales disputas por el agua de riego, los viajes interminables en el tren longitudinal norte, nuestra capacidad transversalmente olímpica de beber alcohol de cualquier naturaleza, en toda hora y lugar, las costumbres del campesino del norte, mezcla alquímica entre pirquinero, cabrero, camaronero, carbonero, entre muchas otras facetas: hombres y mujeres  alejados y extraños a la clase patricia local, que obsesionó a algunos de nuestros cronistas locales y que empequeñecieron la historia de nuestra tierra a solo esas familias acomodadas; para Ethel Herivel esto no es así, para ella todas las personas valen lo mismo y merecen el mismo respeto e interés, en especial aquellas que no pertenecen a las clases locales adineradas, las cuales, en su obsesivo afán de imitar las costumbres de la aristocracia nacional e internacional terminaban pareciéndole una copia aburrida y arribista de algo que ella conocía mejor y de primera mano; para Ethel Herivel los crianceros del desierto, sus familias viviendo en hoyos cavados en los cerros, los niños descalzos que no conocen el mar, que no saben leer ni escribir, son mucho más interesantes, mucho más dignos de respeto; no hay en la autora una mirada compasiva ni moralizante sobre sus costumbres, ella se identifica con ellos en su afán de sobrevivir en un desierto, llenos de ingenio, de fuerza, de adaptación, de franciscana dignidad, cuando describe a las mujeres crianceras de cabras que habitan como sombras morenas, nómades y escurridizas, entre aguadas y llanos resecos, escribe tal vez el pasaje más exquisito y sensible de su libro, matriohistoria pura, un relato de amor por esa gente, anónimos actores de nuestra historia local, que nuestros historiadores locales, lacayos de la zalamera pluma patricia, se han encargado de invisibilizar, demasiado ocupados, éstos, en  escribir mentirosas biografías y obituarios de los que ellos consideran próceres locales, prohombres morales, paladines del progreso, folklore interesado, pueril y aburridamente estéril.

Ethel Herivel le da sentido a nuestra matriohistoria local, ella anota pocos datos duros, pocas fechas, (esas que tanto coleccionan con fetichística pasión nuestros cronistas locales), ella se atreve a explicar y explicarse las cosas, describe a un Vallenar vivo, con gente y sus circunstancias, pequeñas, mezquinas a veces, gente real, incluye a estamentos sociales marginalizados, les da nombre, voz, se mete en sus vidas, nos deja entrar en esas vidas gracias a su relato; así su libro puede servir de mucho para entender los fríos libros formales de historia local, con el inmenso mérito de estar mucho mejor escrito, donde a pesar de la traducción de su inglés original a nuestro español, sigue trasuntando ese exquisito sentido del humor, muy british, muy elegante, que hace de su texto un deleite para la lectura también por su estilo en estas noches ya algo frías. Menciones especiales merecen los relatos sobre su hijo John, un niño británico huasquinizado, un Bart Simpson de su época, la ancestral generosidad de las gentes del valle, como doña Romelia Ossandón de Chañar Blanco, todas las anécdotas que involucran a sus trabajadores y allegados: albañiles, carpinteros, peladores de damascos, vaqueros, capataces, ladrones de fruta, etc., y en último término todas las correrías de sus mascotas, que están presentes a lo largo de todo el libro como miembros plenos de su familia y de su felicidad.

Por si fuera poco, su texto no está encerrado geográficamente, no se remite solo a su fundo y a la cercana ciudad de Vallenar, ya que realizan variados viajes familiares, que describe de manera hermosa, destacan sus viajes a Huasco, previo paso por Freirina, hace una descripción de Huasco Puerto que de seguro no agradará a los huasquinos, debido a que en esa época no existía agua potable en aquel lugar, debiéndose llevar el agua en camiones, por lo que la asepsia, que nuestra autora valora tanto en toda circunstancia, no era allí de las mejores; más allá de eso hace descripciones de la Playa Grande y de la Playa Chica que son hermosas, en especial su interés en descubrir vestigios de arte rupestre indígena en la zona del actual humedal, que asumen erróneamente de origen Chango, expedición que realiza exitosamente con su esposo Raymond y su hijo John, con la curiosidad, interés y amor por las manifestaciones de arte indígena que nuestros propios coterráneos no demuestran hasta el día de hoy, con un escaso sentido de la importancia patrimonial y de sagrado respeto por el pasado indígena huasquino.

La familia de gringos locos se da el tiempo, dentro de su atareada vida agropecuaria, de visitar la quebrada de Pinte y sus fósiles, donde de nuevo son capaces de ver con ojos nuevos, con ojos de niños, el patrimonio invaluable que los huasquinos tenemos y que con tanta estupidez destrozamos, a ellos, en cambio, les merece enviar cartas y fotografías de algunas piezas fósiles al Museo de Londres para certificar su valor científico; especialmente hermoso es el viaje que realiza solo Ethel y su amiga Nita Wodehouse, en una góndola de pasajeros que salía de Vallenar hasta La Angostura, valle de El Tránsito, vehículo lleno de gallinas, personas, cerdos, cartas, encomiendas, etc., donde además de describir el pintoresco viaje de ese ancestro de las actuales micros del interior, demuestra una libertad de mujer desconocida en nuestra zona en aquella época; llegan en la mencionada góndola a pernoctar en La Angostura, a casa del señor José Dolores Ceriche, desde donde ambas continúan viaje a caballo hasta una zona cercana a Juntas de Valeriano, donde existe lo que ellas llaman “cerro de la cruz”, formada por una falla del cerro en color rojo, cruzada por el verdor del valle, allí nuestra amada Ethel Herivel experimenta un sobrecogimiento en pleno valle, pletórica de belleza y libertad, creemos que se refiere a la zona de Las Lozas, donde el valle se cierra como una garganta de piedra estrecha, más arriba de Conay, antes de llegar a El Corral.

Nuestra autora describe hermosamente el milagro de la lluvia en el Huasco, desde los días previos, donde los profetas del tiempo local discuten y ensayan extrañas teóricas sobre cuales condiciones de nubes, astros y vientos deben alinearse para que llueva, hasta que uno siente, casi siempre de noche, casi como un apagado aleteo de mariposas, el sonido inequívoco y tímido de las primeras gotitas sobre los techos, que se van intensificando y hacen que todo huasquino experimente un momento de gozo interior, que nos hace salir a caminar en plena lluvia e incluso bailar, como le sucedió a ella misma y a su familia; nos relata su amor por el desierto florido, nos cuenta de tormentas de tierra que cubrían de vez en cuando las calles del polvoriento Vallenar de esa época, sacudido a veces también por ventarrones que arrancaban los techos de cuajo; ella vivió los temblores nuestros de cada día, ella supo lo que es la sequía, escuchó en las noches a lo lejos el rumor hablantino del río, pasó horas mirando el increíble cielo nocturno del Huasco, se perdió en una mullida estela de camanchaca montañesa, soportó en silencio el poder del sol.

Hethel Herivel, en uno de sus muchos viajes al desierto, describe con tanta propiedad como una huasquina profunda la sensación de soledad, éxtasis y libertad que se siente estando en esos parajes, una suerte de alegría interior sin palabras frente a un planeta recién creado, logró sentir la pequeñez que nos asalta cuando nos asomamos a la inmensidad de la naturaleza, experimentó en su propia piel el ritmo de la vida amable y salvaje que vive entre las piedras, lagartos y flores del desierto, ella, nuestra nueva heroína matriohistórica, describe mejor que nadie el estado de conciencia total que se vive en el desierto, ella vivió una epifanía espontánea en el desierto que relata de manera soberbia, como los santos de la antigüedad, como las almas sensibles, como todos los que amamos el misterioso milagro nunca resuelto del existir aquí y ahora.

Dedicado a Lesly, Mauro, Vale, Ina, sus perros Apolo, Hera, Nube y Luna, sus gatos Cereza, Gordon y Loba, la gallina Poli, sus hamnsters Mentito, Primavera, Invierno, Carry y Galleta, a todos sus conejos orejas chatas, y a todos sus demás bichos aún no bautizados, los nuevos locos del desierto.

Ficha Técnica.

-Libro: “Cultivando el Desierto”.

-Autora: Ethel Beatrice Herivel Lambert.

-Primera edición original en Inglés: “We Farmed a Desert”; 280 páginas, Faber & Faber Edition, año 1957, Londres.

-Primera edición en Español: “Cultivando el Desierto”, Instituto de Capacitación e Investigación en Reforma Agraria, ICIRA, Gobierno de Chile/FAO, 262 páginas, Julio de 1973, Santiago de Chile; tiraje: 3.000 ejemplares.

-Precio referencial: Joya Invaluable.

 

Por: Franko Urqueta Torrejón, Taller Cultural José Martí, Pueblo Hundido, otoño de 2013.

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