Los Últimos Changos de Chañaral de Aceituno.

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10. Balsas de Cuero de Lobo

En esta décima entrega trataremos de un libro muy reciente, nos referimos a “El Último Constructor de Balsas de Cuero de Lobo”, originalmente aparecido en el año 2003, cuyo autor, don Oriel Álvarez Hidalgo, acaba de reeditar el año recién pasado, con el apoyo de la Agrupación de Turismo Delfines de Caleta Chañaral de Aceituno y el aporte económico del Gobierno Regional de Atacama, a través del proyecto: “Edición de libro Balsa de Cuero de lobo, como muestra del rescate del hombre y la mujer Chango” del año 2012.
Hemos elegido éste libro para la presente entrega por contener variados motivos de interés: en primer lugar porque trata de la temática indígena, que en nuestra historia matria local no ha sido suficientemente desarrollada, en segundo lugar por ser el fruto del trabajo de un autor freirinense prolífico, cuyas obras mayores serán también reseñada en el futuro cercano, y en tercer lugar por tratarse de una monografía orgullosamente de tipo familiar, que desde ese lugar íntimo aspira a realizar un aporte más amplio.
En éstas sencillas reseñas hemos venido planteando el concepto de Historia Matria o Matriohistoria, en contraposición a la historia patria o historia total; entre ambas establecemos una tensión relativa, donde nuestras preferencias se inclinan decididamente en favor de la Historia Matria, de nuestra tierra, del terruño amado, espacio físico y poético, concreto e imaginado; la historia matria es la de nuestra identidad, tiene olor, color, concretitud, es abierta e incluyente, es decir invita a otros a hacerse parte; desde un punto de vista metodológico la Historia Matria no rehúye de las crónicas familiares, a diferencia de la historia patria, que busca lo general; la historia matria nuestra asume orgullosamente las monografías personales, las fotografías de época, los diarios antiguos y actuales; la historia matria, por lo tanto, también incluye a los hechos únicos, aquellos a los que la historia total les resta importancia ya que no puede abordarlos por no ser generales; para nosotros, en cambio, el hecho único es valioso, su irrepetibilidad no es un inconveniente, al contrario, lo hace más valioso, fundante, propio, nos da sentido, identidad; es bajo esta lógica local, nuestra, como trataremos el libro “El Último Constructor de Balsas de Cuero de Lobo”.
El autor comienza su texto asumiendo que se trata de un libro patrimonial de la familia Álvarez Hidalgo, legítimos y antiguos habitantes del Huasco Profundo, cuya tronco familiar fue y sigue siendo en gran medida la Caleta Chañaral de Aceituno.
Su libro se compone de 4 capítulos, a saber: I. Introducción Histórica; II. El Último Constructor de Balsas de Chile; III. Método de Construcción de las Últimas Balsas en Caleta Chañaral de Aceituno; y IV.  Apunte de Otros Empleos de la Balsa y Relatos en la Historia de la Colonia; comentaremos cada uno de esos capítulos e iremos intentando extraer sus más notables implicancias para el conocimiento de nuestra historia matria.
En el capítulo inicial nuestro autor reseñado intenta plantear una síntesis general sobre el modo de vida prehistórico de los primeros hombres de la costa, llegados con la gran migración que produjo el poblamiento americano inicial, donde a poco andar inserta la denominación “Chango” como resultado histórico de ese modus vivendis de larga data en nuestro continente; éste es el capítulo más débil de todo su texto, debido a que intenta vanamente mezclar el discurso arqueológico con el discurso histórico, siendo disciplinas diferentes tanto en su teoría como en sus metodologías, difícilmente por ello traducibles en un discurso unitario; finalmente, y a modo de corolario Oriel Álvarez Hidalgo cita a fuentes etnohistóricas referidas a los Changos, donde se funden arqueología e historia en un maridaje nunca muy bien avenido, ya que la Etnohistoria es una rama actual de la Historia que trata sobre un período temporal arduamente disputado tanto por la historia como por la arqueología histórica, por tratarse de un período y objeto de estudio que ya cuenta con fuentes escritas generadas por los primeros cronistas españoles y luego chilenos, (Ámbito propio de la Historia), pero el sujeto investigado son indígenas que dejaron huellas materiales de su existencia desde su llegada a América hasta su extinción o pervivencia hasta el presente (Ámbito propio de la Arqueología Prehistórica e Histórica), de allí que la Etnohistoria sea una zona de intersección muy friccionada entre esas disciplinas.
Por todo lo anterior el resultado final del capítulo inicial de nuestro Oriel Álvarez Hidalgo no es satisfactorio: el autor, dentro del repertorio arqueológico cita a autores fundamentales en el desarrollo de esa disciplina en Chile, representantes del período pre científico o romántico de esa hermosa disciplina científica, tales como Ricardo Latcham (1910) y Max Uhle (1922), glorias y pioneros en el estudio de la prehistoria Chilena, pero, ambos, ampliamente superados por el ulterior desarrollo de la arqueología científica en nuestro país a partir de la década de los 60`s, teniendo como hito fundador la creación de la carrera universitaria de arqueología en la Universidad de Chile; las periodificaciones culturales y temporales postuladas por esos autores desde hace muchas décadas atrás ya no están vigentes. Por otro lado y en referencia ahora a los autores de la Historia Nacional, Oriel Álvarez Hidalgo cita a Francisco Frías y a Encina y Castedo, íconos de la Historia Patria o Nacional, quienes no hacen más que resumir las escasas certezas que se tenía de los Changos en su momento, y contribuyendo a crear nuevas mitologías simplificadoras y generalizantes sobre las identidades étnicas de Chile, utilizando conceptos étnicos equívocos, identificaciones defectuosas, en una lógica extraordinariamente errada: aquella que entiende a los indígenas viviendo con fronteras fijas, como esos mapas para niños, donde usted ve, querido lector, claramente donde vivía un pueblo y donde vivía el siguiente más al norte o al sur, como un mapamundi a colores, todo muy lejos de la forma en que los indígenas ocuparon los territorios, muchas veces entremezcladas muchas etnias y pueblos en un mismo territorio, sin la noción excluyente territorial que guía a los Estados-Nación actuales.
El segundo capítulo del texto de Oriel Álvarez Hidalgo, que como ya hemos dicho tituló “El Último Constructor de Balsas en Chile”, es una pieza hermosa sobre la historia de su familia, reconstruyendo la historia de su tronco familiar, situando en don Nicolás Vergara y en doña Emma Álvarez, sus abuelos, y en don Hilario, su bisabuelo paterno, los inicios de su notable clan familiar, todos conocedores del arte de la confección y uso de las balsas de cuero de lobo, que su padre, el personaje central de su libro, don Roberto Álvarez Álvarez, conoció también desde pequeño, y que transmitió a sus hijos, los hermanos mayores del nuestro autor reseñado y que finalmente se tradujo en la construcción de las últimas balsas de cuero de lobo que hoy existen, como testimonio de esa tecnología que los Changos utilizaron desde muy temprano en las costas del Océano Pacífico. Oriel Álvarez es muy claro en eso: su familia conservó el conocimiento de esa tecnología que provenía de los Changos, pero no decían ser pertenecedores a esa etnia; la construcción de Balsas de cuero de lobo terminó siendo una reliquia tecnológica conservada sin muchas otras referencias a la cultura Changa; que hasta hoy la cultura popular local asuma que don Roberto fue “el último Chango” no pasa de ser un muy merecido reconocimiento, aunque en realidad don Roberto fue, tal como lo plantea su hijo y autor del texto, solo el último constructor de balsas de cuero de lobo, lo que no deja de ser altamente valorable y motivo de legítimo orgullo para sus nutridos descendientes.
Este capítulo posee gran interés, ya que trata sobre la multifacética manera de habitar el territorio que los Huasquinos tenían hasta muy avanzado el siglo XX, heredada de las anteriores redes sociales, muchas de ellas nacidas en épocas netamente indígenas, basadas en un acceso a recursos diferenciados y estacionales, tanto en épocas del año como los distintos pisos altitudinales, es decir, los recursos, ya sea forrajeros, pesqueros, leñeros, hortícolas, etc., estaban repartidos de manera archipielágica en el territorio, por lo que sus habitantes podían ser pescadores, crianceros, pirquineros, trabajadores asalariados, etc., en distintos momentos, incluso de un mismo año.
La misma familia de don Roberto asume que las labores de pesca y caza de lobo marino se conjugaba con la crianza de animales caprinos, los cuáles eran incluso llevados en bote por estaciones climáticas hasta la Isla de Chañaral de Aceituno, tal vez en esos momentos ya la isla comenzó a mostrar los primeros signos de depredación en su flora nativa, patrón tan tristemente típico de la actividad criancera caprina en el norte chico. Fruto de estas redes sociales se producía el trueque de productos costeros con aquellos productos agrícolas propios de los distintos tramos del valle del Huasco, utilizándose recuas de mulas o burros,  donde los huasquinos vallunos se contactaban con los huasquinos costeños, trayendo  harina de trigo, higos secos, harina tostada, nueces, arrope, pajarete y frutas para intercambian por pescados, mariscos frescos y el famoso pan de luche; del mismo modo los propios habitantes de la costa viajaban hasta los minerales cercanos llevando pescado fresco y mariscos secos, aunque en éstos casos el intercambio era monetario.
Oriel Álvarez nos cuenta que los patrones de movilidad de los últimos navegantes en balsas de cuero de lobo en la costa del Huasco iban, al menos hasta el año 1957, desde Caleta El Sarco por el norte hasta Punta Choros por el sur, además de los sabidos viajes desde la costa hasta la isla Chañaral de Aceituno, los que eran menos frecuentes ya que tales embarcaciones no eran adecuadas para enfrentar los fuertes oleajes y vientos, por ello las embarcaciones de cuero de lobo por lo general navegaban a no más de 100 metros mar afuera de la línea costera.
En este momento el relato de Oriel Alvarez Hidalgo se centra en la aparición de una figura legendaria de la arqueología chilena: Hans Niemeyer Fernandez, uno de los fundadores de la carrera universitaria de arqueología de la Universidad de Chile en la década del 60`, siendo él mismo ingeniero civil de profesión y arqueólogo autodidacta; don Hans tuvo mucho contacto con el valle del Huasco, particularmente interesantes fueron sus trabajos sobre los Cazadores Recolectores Arcaicos de los períodos Medio y Tardío en la costa de Huasco en 1967, posteriormente la determinación de una “Fase Huasco” para la cultura Molle propia del período Agroalfarero Temprano en 1970, fruto de su conocimiento previo de túmulos funerarios en la localidad de Pinte o en la quebrada de El Durazno ya en 1955; más interesantes aún fueron sus hallazgos de conchales de filiación Inka-Diaguita, es decir, del período Agroalfarero Intermedio Tardío precisamente en la misma isla Chañaral de Aceituno y Punta Choros en 1967; siendo la excavación del cementerio Inka Diaguita de Alto del Carmen, en 1971, su trabajo más conocido. Después de su alejamiento del Huasco y su posterior muerte la arqueología de nuestra zona nunca volvió a recobrar ese vigor, los actuales estudios arqueológicos en el Huasco, en su mayoría someras líneas base ligadas a proyectos de inversión, no pasan de ser prospecciones superficiales, sin investigación, ni excavaciones, destinadas a pavimentar el camino a la rapiña mercantil.
Don Hans fue el artífice de que la familia Álvarez volviera a construir balsas de cuero de lobo, si bien el conocimiento académico de que esos saberes aún pervivían en la zona de Chañaral de Aceituno es algo previo, rastreable a las noticias que entregara en 1940 don Guillermo Millie, conocido vecino vallenarino y Jorge Iribarren Charlín, otra lumbrera de la arqueología del norte chico; a moción de don Hans, don Roberto Álvarez, en 1965, accedió a construirle una balsa de cuero de lobo a la usanza tradicional, recordando trabajosamente la técnica que aprendiera en su infancia directamente de su padre, don Nicolás Vergara. Don Hans en persona premunió a don Roberto con las municiones para cazar a los lobos marinos de cuya piel se construirían las balsas, práctica aún legal en aquella época y que hoy por suerte no sería posible. La balsa resultante de ese trabajo es posible de apreciar en el Museo de La Serena; posteriormente fueron construidas otras réplicas a escala, como la que estuvo en poder hasta hace muy poco del Museo Provincial del Huasco, la que fue lastimosamente escamoteada por el Museo Regional de Copiapó, ante la impavidez e ignorancia de las autoridades de la gobernación local de aquel momento, quienes permitieron que esa mala gestión pública se perpetrara, privándonos de un patrimonio único, hermoso, invaluable.
El tercer capítulo está dedicado a los aspectos técnicos relacionados a la construcción de las balsas de cuero de lobo, contados por el propio don Roberto Álvarez a Hans Niemeyer quién tomó registro de aquello, donde además se integraron las enseñanzas que el constructor dio a sus hijos mayores; Oriel Álvarez Hidalgo, el penúltimo de sus 13 hijos, no fue testigo presencial de esas acciones, ya que en esa misma época se fue a estudiar a La Serena, tal vez por lo mismo y gracias a ello fue Oriel quien escribió y documentó esos saberes ancestrales, aún activos en su infancia; su acercamiento a la educación formal, si bien le privó de asistir a esos eventos claves, le proveyó el instrumental necesario para guardar la memoria de su familia y de paso rescatar una tradición naviera de clara raíz indígena. En este capítulo se describen todos las técnicas involucradas desde la caza de los lobos marinos hasta los detalles constructivos más deliciosos de cómo se hicieron esas embarcaciones; sus pormenores están contenidos en el libro, lo dejamos abierto a todos los interesados en ello, la lectura de sus páginas es realmente interesante e instructivo.
En el cuarto capítulo y final, el autor hace una sucinta revisión sobre los usos históricos de las balsas de cuero de lobo, tanto del Chile colonial como del republicano; vemos aquí, al igual que  en el primer capítulo, la parte más débil del libro comentado hoy; se rescata el uso que se hizo de las balsas de cuero de lobo en el norte grande para el acercamiento y carguío de salitre desde la costa hasta los buques; del mismo modo se hace una corta relación de algunas fuentes históricas sobre la presencia y uso de balsas de cuero de lobo en la costas chilenas: desde Pedro Mariño de Lovera en 1550, pasando por Bernabé Cobo de 1630, así como Diego Barros Arana y la famosa carta de Ambrosio O`Higgins de 1789, enviada a la Corte Española, fechada en la ciudad de La Serena, donde asume la tarea de establecer “matrículas”, censos, de éstos indígenas que vivían en las costas chilenas, diseminados, intentando así su sujeción y control. Este capítulo, que pretende darle un contexto más amplio al uso de las balsas de cuero de lobo, cuyas referencias fueron escogidas por el autor de manera tan poco exhaustiva, no aportan mucho a su entretenido libro, además de presentar algunas omisiones demasiado evidentes, como por ejemplo obviar a nuestro paladín histórico local, don Luis Joaquín Morales, quien en su fenomenal libro “Historia del Huasco” de 1896, nos cuenta sobre los Changos del valle del Huasco y los intentos locales, también por parte de Ambrosio O`Higgins, por sedentarizarlos y reconvertirlos en agricultores, obteniendo en ello resultados menos que regulares, el propio Luis Joaquín Morales hace referencia a Joaco Torres “Indígena de moño, como los de antes”; otra omisión relevante y también cercana a nuestra zona es la famosa pintura de Mauricio Rugendas, que retrató la bahía de Coquimbo con presencia de balsas de cuero de lobo, en una época apenas anterior al surgimiento de la fotografía en Chile, por lo que Rugendas rescató en sus pinturas no solo a los changos, sino que a buena parte de la historia de los orígenes republicanos de Chile y su cultura.
En síntesis, el libro “El Ultimo Constructor de Balsas de Cuero de Lobo” nos parece muy interesante, ya que constituye una monografía familiar bien cuidada, con excelentes fotografías antiguas, un homenaje de un miembro de su familia a su tronco genealógico, depositario éste de los saberes constructivos navieros de la desaparecida cultura changa que habitó las costas de Chile y Perú por siglos, en ese contexto nos parece un bello aporte a la historia matria, a nuestra identidad multiforme, más allá de que al centrase solo en la familia Álvarez no menciona a otros constructores de balsas de cuero de lobo también locales, como los de Cruz Grande, contemporáneos a los de Chañaral de Aceituno y sobre quienes nos hubiera gustado saber algo más.
El autor comete errores al intentar inscribir su historia familiar dentro de un relato más amplio, nacional, en especial cuando intenta ir más allá de la construcción de la balsa de cuero de lobo y adentrarse en la cultura de Los Changos, cultura poco estudiada y poco esclarecida en la antropología y arqueología chilena, muchas veces confundida con otras identidades étnicas, en ese intento nuestro autor local, como muchos otros, fracasa lamentablemente; confunde la milenaria tradición naviera americana, nacida en los primeros habitantes paleoindios que llegan al continente vía Estrecho de Bering, que fueron, ahora lo sabemos, navegantes costeros más que caminantes nómades, con los últimos vestigios de esa tradición, que en tiempos históricos, muy actuales, llamamos tentativamente Changos; esa larga tradición indígena de adaptaciones al modo de vida marítimo estuvo presente en todos los períodos arqueológicos desde los últimos 14.000 años en Chile; más aún, los distintos reinos o señoríos altiplánicos también tuvieron sus propias colonias costeras, enclaves de esos proto-imperios altiplánicos establecidos en las costas, buscando tener acceso también a los recursos del mar, por lo que esas culturas, distintas, se mezclaron y volvieron a mezclar muchas veces, por ello lo que hoy llamamos como “Changos Históricos” no corresponde a un único pueblo indígena, ni siquiera a un pueblo, sino que a una simplificación conceptual para referirse a los remanentes de muchos pueblos indígenas costeros y no costeros mezclados entre sí, relictuales de un modo de vida que perduró por miles de años en las costas y al que muchas culturas, incluso agropecuarias de tierra adentro, como Diaguitas e Inkas, adoptaron total o parcialmente.
En el Huasco, en este territorio amplio que es mucho más que el valle geográfico mismo, en nuestro terruño, el fenómeno de los Changos se ha estudiado muy poco, a pesar de que sus últimos representantes perduraron hasta ya establecida la República, es por ello que el libro de Oriel Alvarez Hidalgo, a pesar de sus imprecisiones, insuficiencias y sus desiguales capítulos, nos sigue pareciendo meritorio, un justo homenaje de un hijo pródigo a su familia, huasquinos profundos, de Chañaral de Aceituno, emparentados con los troncos más antiguos de la zona, el solo hecho de poder aunque sea asomarnos a conocer un poco de su forma de vida, su percepción de los espacios, del territorio, de sus redes sociales, familiares, comerciales, etc., constituye ya una pieza valiosa para ir armando el aún misterioso mosaico humano del Huasco, variopinto, diverso, laborioso, polifacético y cautivante.

Ficha Técnica.
-Libro: “El Último Constructor de Balsas de Cuero de Lobo”.
-Autor: Oriel Álvarez Hidalgo.
-Primera edición, año 2003, Segunda Edición, 2012, Ediciones Mediodía en Punto, Vallenar.
-Precio referencial: $ 7.000

Franko Urqueta Torrejón, Taller Cultural José Martí, Pueblo Hundido, invierno de 2013.
E-Mail: culturadiaguita2006@gmail.com
En Twitter: @FURQUETA

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