De Chincol a Jote Irene Alvear Azcárate El Tránsito

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De Chincol a Jote era un programa de humor transmitido en la televisión abierta desde fines de los 80 hasta inicio de los 90. Contenía distintos sketches cómicos que, en general, hacían mofa de nuestra forma de ser, poniendo en clave de humor las características más sobresalientes de chilenos y chilenas.

Uno de los sketches más populares era Hermosilla y Quintanilla; retrataba las aventurillas de dos funcionarios públicos de una oscura oficina de archivos y partes de algún olvidado ministerio. Ambos eran amigotes y compartían los mismos vicios: buenos para sacar la vuelta, ambiciosos sin esfuerzo, amigos de las fiestas y las mujeres, picaos de la araña, un poco simplones, bastante bocones y algo arribistasy aprovechados.

Puesto que uno de ellos se llamaba Hermógenes Hermosilla, ha sido imposible no acordarme del actual protagonista del erróneamente llamado “Caso audio”, ahora identificado como debe ser: el “Caso Hermosilla”. Y es que con motivo del escabroso audio revelado en noviembre pasado, al abogado Hermosilla se le incautó su IPhone nonplusultra y, a partir de ello, se abrió este nuevo escándalo noticioso que lo tiene nuevamente como infame protagonista.

Guardando las debidas proporciones, veo bastantessimilitudes entre el personaje del programa cómico y el Hermosilla abogado; sin embargo y como suele ser, en estecaso la realidad supera con creces la ficción.

El personaje risible trabajaba en una sección de “archivos y partes”. En su caso, el Hermosilla real mantenía archivada en su Whatsapp una gigantesca cantidad de conversaciones: llenan nada menos que ¡770.000 páginas!

Desde hace por lo menos tres años, este archivista no borraba nada. Dada esas dotes de archivero, en esta nueva arista del caso ya está en prisión preventiva el mismísimo exdirector general de la Policía de Investigaciones, quien se descubrió compartía información secreta de importantes causas judiciales con el abogado, por motivos que aún están por dilucidarse.

En el audio de noviembre nos enteramos, por propia boca del tinterillo (ridículo y bocón como su tocayo), de su conocimiento de las mujeres (de origen extranjero) que “hacen no sé qué cosas”, y de su incontenible necesidad de fanfarronear sobre lo que hizo, hacía y podía hacer.

El Hermosilla del programa era un poco ladino, más bien tirado a pillo. Si podía sacar la vuelta, lo hacía. Si podía toquetear a sus colegas mujeres como que no quiere la cosa, lo hacía. Si podía sacar algún provecho personal de una situación, lo hacía. Con todo lo que ya sabemos, el abogado Hermosilla es todo eso y más, mucho más.

Acumuló –en sus más de 30 años de ejercicio de la profesión– grandes cantidades de contactos e influencia al más alto nivel. Y si bien está comprobado que su balanza se inclina decididamente hacia la derecha (con vínculos muy estrechos con el llamado Piñerismo y la UDI), Hermosilla es un real hombre bisagra que se llevaba bien con todo el mundo –de chincoles a jotes, pero con poder, se entiende.

No obstante, un pillo es un pillo, y sus supuestas habilidades abogadiles dependían más bien de su gran red de contactos de cuello y corbata (que, ya sabemos, le permitían acceder a información privilegiada) que de la inteligencia, la experiencia o la experticia jurídica.

Pero como dije antes, hay que guardar las proporciones: las investigaciones de delitos en las que actualmente está involucrado el abogado Hermosilla no son menores; muy por el contrario, son gravísimas e implican a los más altos niveles del poder político y económico de Chile, particularmente del Gobierno anterior.

Por eso, prefiero buscar en Youtube capítulos antiguos del De Chincol a Jote y reírme un rato con las simplonasaventuras de Hermosilla y Quintanilla. Porque el actual espectáculo que ofrece la élite chilena y la forma en que actúa para defender sus intereses –expresadas en el cinismo y la indecencia del Hermosilla real– dan cualquier cosa menos risa.

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