Se me hace difícil escribir una columna sin caer en lo académico, porque siento que se aleja demasiado de la sensibilidad del lector, por lo tanto, me comprometo explicar de manera sencilla la importancia de cuidar la integridad de nuestras instituciones públicas, en un contexto donde se demanda seriedad y compromiso honesto en la gestión pública.
Para algunos, la destrucción del adversario político representa un medio viable para asaltar el poder local, se convierte en sí en el mecanismo de excelencia para socavar la integridad personal del candidato. Sin embargo, este método no solo destroza a la persona, sino también pone en duda la credibilidad institucional de todo el sistema político.
Lo que propongo en esta columna es que las presentes elecciones deben ser un espacio de reconciliación entre las personas y la política, un esfuerzo colectivo para instalar la relevancia de participar en estas elecciones sin desprestigiar el importante rol que juega la política y las instituciones públicas para la gente.
Las campañas electorales siempre han sido una disputa descabellada por el poder, aunque esta disputa no puede ser un espacio de enfrentamiento sin límites. Es importante poner límites y recordar que en este momento el adversario político va más allá de las personalidades y los nombres que aparecerán en la papeleta de octubre.
La sensación de impunidad y de rabia con las instituciones públicas es algo que recae en todos y no hace diferencias entre derechas e izquierdas. Por lo tanto, el llamado es asumir un rol más responsable con las acciones institucionales y reconocer que hoy en día el adversario que debemos enfrentar es la desconfianza que tiene la ciudadanía hacia lo público.
Muy conocida es la frase del político francés Jean Monnet “Los hombres pasan, pero las instituciones quedan”. No obstante, se olvida que el autor completo su planteamiento con la siguiente premisa: “nada se puede hacer sin las personas, pero nada subsiste sin instituciones”. En efecto, es posible pensar que existe un vínculo, pero también una diferenciación entre personas e institucionalidad, que deberíamos reconocer en los tiempos de desprestigio de la práctica política.
Es justo pensar que las instituciones se hacen a través de las personas, pero también es justo entender que existe un grado de responsabilidad que nos obliga como ciudadanos y candidatos a respetar un acuerdo mínimo civilizatorio en torno al cuidado institucional donde se desarrolla la gestión pública.
No se puede pretender que la discusión de los problemas reales de las personas sea eclipsada por los egos y gustitos personales de los candidatos, es momento de llamar a la madurez y honestidad intelectual para enfrentar los desafíos que se tienen para el futuro.
Creo que los esfuerzos de los candidatos y sobre todo de los partidos políticos es intentar que las instituciones como los municipios no pierdan credibilidad frente a las personas, y para eso es fundamental reforzar la idea de cuidar la institucionalidad en época de campaña y no exponer innecesariamente las dificultades de la gestión para ganar unos votos.
Es decir, la cruzada para estos tiempos de campaña es convencer a los que no están convencidos de que la democracia y el servicio público honesto, pueden construir programas transformadores para las comunas, proponiendo un camino diferente que dialogue con los que piensan diferente.
Los personalismos no deberían ser los motivadores para la discusión de lo público, sobre todo en un espacio tan relevante y fundamental como son las próximas elecciones municipales, porque es una oportunidad real para otorgarle otro significado al debate público.
Cabe recordar que la gestión pública lo que perdura son las instituciones, son aquellas las que permiten sostener el orden y el legado de la república, solo ellas persisten ante los errores políticos de algunos mal llamados referentes.
CARLOS ÁVILA
Magíster Gobierno, Políticas Públicas y Territorio.
Secretario general del Frente Amplio Atacama.