La obra de mayor inversión pública realizada en Atacama, seguramente en varias décadas y tal vez en toda su historia moderna, no fue ni es ni será un gran hospital con todas especialidades para atender las necesidades de una población que convive a diario con relaves, pesticidas y metales pesados liberados al aire respirable por el extractivismo en casi 200 años de saqueo y contaminación.
No fue ni es ni será un campus con todas aquellas carreras profesionales que los hijos e hijas de Atacama deben ir a estudiar a otras regiones. Tampoco fue ni es ni será un gran enorme complejo deportivo, ni un centro vacacional gratuito para las familias de menores recursos, ni un embalse de riego para Freirina, ni un plan de descontaminación verdadera para Huasco, Tierra Amarilla y Chañaral. Menos será el retiro de aquella peligrosa línea férrea desde sectores poblacionales de Vallenar que a diario contamina y pone en riesgo la vida de cientos de familias… tampoco para la famosa piscina olímpica esa…
Nada de eso. La mayor obra estatal proyectada para Atacama, sin preguntarle a nadie por supuesto, está actualmente en proceso de licitación por parte del Ministerio de Obras Pública y se trata de la construcción de una cárcel en la comuna de Copiapó, con un costo de… agárrate papito: 275 millones de dólares.
Lo expuesto no sólo es un absoluto récord para nuestra región, sino que la más burda bofetada que el centralismo le otorga, una vez más, a una zona que de seguro es vista desde los escritorios de los burócratas proyectistas como un peladero atractivo y poco poblado para levantar su linda cárcel que albergue a cuanto delincuentillo tiene saturado el sistema carcelario del país.
Una mirada como esta no puede ir más que en sintonía con la que ya, hace varias décadas, definió a Atacama como una Zona de Sacrificio Socioambiental, es decir, donde se puedan instalar faenas agresivas con la salud y la dignidad de la gente, donde transitan por sus caminos camiones con ácido sulfúrico y explosivos como si fuera el trineo de Santa; donde se pueden verter al mar toneladas de relaves y salmueras; donde el aire respirable es un cóctel de varias maravillas mineralógicas cancerígenas como el níquel, el vanadio y otros varios.
Y todo esto sucede en Atacama para que no tengan que sufrir tales calamidades comunas pirulas y sofisticadas como Las Condes, Providencia o Santiago Centro. Eso no es casual: está definido así.
Por eso no extraña que en Vallenar no se piense en que los puentes deban ser mantenidos, expandidos, reforzados y multiplicados al ritmo en que crecen las villas y aumenta el parque automotriz.
Vallenar, como todas las comunas de Atacama, es una zona olvidada, despreciada y ofendida históricamente por el Estado centralista y sus sucesivos gobiernos serviles a este dogma clasista y discriminatorio. Y nuestro casi centenario puente Brasil, luce fracturado no por la incompetencia de un chofer novato, sino por la cruel desidia de un Estado que nos mira como… (complete usted la frase querido lector)
Por Milko Urqueta Torrejón