Aunque me distancien, a nivel de pensamiento político, varios años luz con los apuntados, difícilmente podría comulgar con este escarnio público, ni con las exigencias de pureza moral que la izquierda regional está exigiendo, antes a un funcionario de educación y hoy a la recién nombrada Gobernadora.
A un nivel de reflexión básica, resulta bastante incongruente que sea, precisamente, el sector político que ha defendido a los ciudadanos en temas como la eliminación del Dicom y el respeto a derechos humanos básicos, como el principio de inocencia y la dignidad humana, el que se granjee la cuestionable aptitud de imponer ciertos requisitos “morales” para acceder a un cargo público y que además, hagan llegado al extremo de apuntar a cuestiones de carácter comercial entre “privados” para inhabilitar a las personas (muy distinto al caso de un Presidente que no regulariza una de sus mansiones para ahorrarse 30 años de contribuciones o el pauteo con auspicio a parlamentarios para dictar la ley de pesca, porque ahí el tema es diferente, el fraude es fiscal, el daño es social).
Una vez más la izquierda ha caído en la trampita de exigir santos donde debe solicitar políticos y tal vez por eso es que muchas veces terminamos con autoridades correctamente insípidas y sin talento alguno más que el de sonreír para la foto.
Creo que esto es dispararse en los pies. Se trata, por cierto, de una caja de Pandora que cuando se ha abierto, ha terminado por dejar a la izquierda en desventaja, porque a diferencia de su electorado, el votante de derechas tiende a ser más pragmático y absuelve a los suyos, sea que roben un banco, defrauden impuestos, eludan contribuciones por 30 años, o hayan sido colaboracionistas del último genocidio nacional.
El festín sobre el comportamiento crediticio privado de la Gobernadora y otro funcionario, estimo obedece, lamentablemente, a una suerte de autosobatoje político con el que la “progresía” de izquierda, o el “marxismo cultural” como erróneamente lo describe el neoconservadurismo, se ha desconectado de sus bases reales y del pueblo al que se supone representan (al que han preferido reducir a la noción de “facho pobre”, cuando lo ven fugarse en elecciones dando muestras de una absoluta falta de “conciencia de clase”).
Me refiero a la denominada “corrección política”, un mal practicado a ultranza por la izquierda liberal actual, esa corriente tan distante del marxismo hegeliano pero cercana a cualquier movimiento social, que no obstante sus evidentes privilegios, se haya determinado a colocarse en la vereda de las “víctimas”. No en vano Zygmunt Bauman en “Una Vida líquida”, ha reflexionado en torno a la “evolución” del ideal humano desde el “héroe” de la Grecia Clásica, pasando por el “Mártir” del primer cristianismo hasta hoy, donde ser o parecer una “víctima”, resulta suficiente para colocarse en la cima ética del respeto social y razón de ser el Estado paternalista que parecen añorar. Y es precisamente lo que promueve la corrección politica, junto a un larguísimo breviario de eufemismos rebuscados que buscan hacernos sentir avergonzados de llamarle guatón, a esa “persona de volumen diferente”. Porque el guatón, no lo olvide, es una víctima de la sociedad, algún problema tendrá que no controla su deseo insaciable por parrillar un lomo jugoso y zamparse las papas fritas.
En el último debate intelectual mediático mundial, entre Zlavoj Zizek y Peterson, pudimos tomar nota del malestar de la izquierda intelectual y tradicional, con lo que Zizek denominó “las regulaciones obsesivas políticamente correctas (como la denominación obligatoria de diferentes identidades sexuales, con medidas legales y sanciones)” de las que refirió observar como un “complot de la izquierda liberal que destruye cualquier movimiento radical de la izquierda real”. En el debate, el filósofo recordó la animosidad contra Bernie Sanders entre algunos círculos LGBT+ y feministas de género, cuyos miembros no tienen problemas con los grandes jefes corporativos que los apoyan. El enfoque «cultural» de lo políticamente correcto y el #MeToo es, por decirlo de una manera simplificada, un intento desesperado de evitar la confrontación con los problemas económicos y políticos reales, es decir, ubicar la opresión y el racismo de las mujeres en su contexto socioeconómico. En el momento en que uno menciona estos problemas, uno ya está señalado por ser un «reduccionista de clase». Walter Benn Michaels y otros han escrito extensamente sobre esto, y en Europa, Robert Pfaller escribió libros que criticaban la postura paternalista de lo políticamente correcto. Los liberales deberían tomar nota de que hay una creciente crítica radical de la izquierda de lo políticamente correcto, la política de identidad y el #MeToo”, advirtió.
Lo anterior no está muy alejado de lo planteado recientemente por Francis Fukuyama, reconocido liberal de derechas, que ha planteado que lo que está pasando en la izquierda a nivel global es que “la desigualdad se ha definido en específicas formas de marginalización de grupos: como los afroamericanos en Estados Unidos o latinos o mujeres o gays y lesbianas o personas transgénero, más que una categoría más amplia, como el proletariado que era el grito de batalla del marxismo en el siglo XX en las personas de izquierda. Y como resultado, creo que muchos de la clase trabajadora antigua, que solía ser el núcleo de apoyo para los partidos de izquierda, han sentido ‘bueno, este partido ya no me representa, representa a estas minorías diferentes y yo estoy fuera’. Y por eso creo que muchos de ellos han cambiado su apoyo del comunismo, socialismo, del partido socialdemócrata a partidos de derecha antiinmigrantes.”
Las consecuencias de lo anterior son diáfanas: Trump; Brexit; Macri; Bolsonaro, y si la izquierda en Chile, sigue por el camino de la corrección política, de los certificados de pureza moral que el Frente Amplio exige a la Concertación, de los anatemas a la izquierda bolivariana, de la preocupación sonsa y moralista por las deudas y los vicios privados de las autoridades, antes que de sus virtudes públicas, y como si tener a Piñera por segunda vez no fuese suficiente castigo, no nos extrañemos si el día de mañana, en el Palacio desde el que Allende anunciaba la apertura de las grandes Alamedas, el mismo en que hoy cuelgan ridículas naranjas con ganchos artificiales, el culo rubio y flaco de José Antonio Kast, se deposite sin vergüenza a escupir sus odios.
Pero tal vez sea el terremoto que la izquierda necesita para despertar, para volcarse a la unidad y volver a colocar en el centro de la discusión, antes que sus actuales puritanismos, moralinas y discursos victimizantes, las desigualdades reales del modelo económico que convierte en despojos humanos a todos aquellos condenados al servicio de la deuda, antes que apuntarlos como abyectos criminales, impuros e inservibles para contribuir al Estado. Es más, tiendo a aplaudir la solución a la deuda que adoptó la Gobernadora, me recuerda al plan de Mr. Robot, porque es tanto lo que nos han quitado, entre colusiones, Afp, pagos en salud, educación e intereses leoninos, que si los peones fuésemos lo suficiente audaces y decididos, dejaríamos de pagar todos los créditos y exigiríamos que el Estado nos libere y rescate de una buena vez, como ya lo hizo en dictadura, gastándose el 35.2% del PIB para salvar a la banca privada. Parecemos olvidarnos que el deudor, somos todos y la deuda es la forma de esclavitud con que el sistema de consumo se reproduce.
El que esté libre de deudas, que arroje la primera piedra.
Charly M. Purple.
Es el seudónimo como escritor del abogado huasquino Carlo Mora (Magister © Derecho), litigante de causas sociales y ambientales en la provincia, y como escritor debutante con la novela Cocinando con Caníbales y Los Vampiros del Huasco, novela con que ganó un Fondart.