Columna de Miguel Garay: Cambiar las formas de hacer política

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CAMBIAR LAS FORMAS DE HACER POLITICA

Miguel Garay Martínez
Dirigente PRO Tercera región
La pérdida de credibilidad en las actuales instituciones políticas y sus dirigentes y  la decisión de la ciudadanía de intervenir la política y ejercer  la soberanía que le es inherente, constatan el término de una etapa de la historia política, la instalación de un movimiento social ciudadano que impulsa un proceso de cambios estructurales profundos,  y la irrupción de nuevas fuerzas políticas,  de una nueva generación de dirigentes y de nuevas formas de hacer política.
El nuevo Chile requiere de nuevas organizaciones  y de nuevos líderes, lo que, naturalmente, no se satisface con la mera y tardía promoción de “juveniles” que hacen algunos partidos tradicionales, muchos de los cuales, pese a su juventud,  son ya verdaderos viejos chicos de la política en versión dos punto cero.
El desafío más grande que se puede plantear  esta  nueva generación de líderes  que irrumpe desde los movimientos sociales y los partidos no tradicionales, es cambiar las formas de entender y hacer política, desterrando para siempre las malas prácticas con que actúan  los partidos de la actual clase política, esos que sumados no superan el 37 % de respaldo. (Entiéndase por “clase política”  lo que todos entienden por “clase política”)
Ese es el desafío del movimiento estudiantil que tiene la decisión de incidir decisiva y sustancialmente en la sociedad y lograr los cambios sociales, políticos  y estructurales que Chile requiere con urgencia.  No puede ser de otra forma, pues repetir la ingenuidad de entregarse a los partidos conservadores y creer en los cantos de sirena de la actual clase política es derrota segura. Es entregar la carne al cuidado del gato.  El movimiento estudiantil sabe que la clase política es como el escorpión que invita a la rana a cruzar el río sobre su lomo. Así lo aprendieron con el ponzoñoso aguijonazo del 2006 al movimiento estudiantil secundario.
Otras organizaciones, como el movimiento social de Magallanes, de Aysén, de Calama  y otros movimientos,   han aprendido también la lección de que no se puede confiar en la actual dirigencia política. Eso explica la marginación de los parlamentarios en la búsqueda de solución a sus demandas.
UN CAMBIO DIFÍCIL PERO IMPRESCINDIBLE
Cambiar las formas de hacer política no es fácil.
Pasar del paradigma de la triquiñuela, el autoritarismo, la mentira y la ambigüedad al de la verdad, la transparencia, la participación y la democracia no es fácil, pero resulta  imprescindible si se quiere liderar los cambios estructurales, sociales, políticos y económicos que la ciudadanía demanda.
Sólo organizaciones políticas empoderadas  y verdaderamente creíbles para la ciudadanía podrán conducir los cambios que la  mayoría de los chilenos exige.
Las nuevas organizaciones deben luchar con entereza contra las fuerzas de la costumbre, contra el envilecimiento de la actividad política que  han caracterizado a las últimas dos décadas, y que la terminaron transformando en sinónimo de clientelismo, dádivas, favores, privilegios, nepotismo,  falsas promesas, engaños, conflicto de intereses, “pragmatismo”,  repartición y disputa abierta del botín estatal, de los cargos públicos,  de las directivas partidarias, peleando   descarnadamente desde el puesto de  Presidente de la República  hasta el de ascensorista.
Para la vieja dirigencia conservadora es incomprensible que los nuevos dirigentes hablen con la  verdad y actúen en consecuencia.  Su mística y valor lo ven como un pasajero romanticismo juvenil, descalificando sus planteamientos de cambios estructurales como si éstos fueran fruto de la “falta de experiencia”.
No pueden entender que digan lo que piensan sin ambages, que reconozcan  sin  complejos ser actores sociales y políticos y que no se limiten sólo a un ámbito gremial y reivindicativo.
Esos viejos dirigentes formados en la escuela de la “habilidad”, la “muñeca”,  el “realismo”,  no pueden entender que los nuevos líderes sean  políticamente incorrectos y que no respeten  los “códigos de camarín” que guían su accionar político,  ni los usos y costumbres comúnmente aceptados desde la derecha a la izquierda tradicional y tan bien expresados en el parlamento.
El movimiento estudiantil ha analizado este flagelo porque entiende que la fortaleza política radica en nuevos valores como la franqueza, la consecuencia, la crítica y la autocrítica, el respeto por toda inteligencia, el estudio permanente, la discusión sostenida en la argumentación, la idea sustentada en fundamentos, y la más amplia unidad al actuar. Creer en la inteligencia colectiva y no caer en las provocaciones divisionistas es característica de los movimientos sociales  y de  la nueva dirigencia que irrumpe en la construcción de un nuevo Chile.
Las encuestas dan a entender que la mayoría de los chilenos quiere nuevos dirigentes que resulten confiables, que hablen con la verdad, que sean creíbles.
Por el momento se impone la incredulidad, la  cautela,  la desconfianza, y todo acto, toda decisión es evaluada crudamente, dejando de lado los antiguos parámetros de los vetustos manuales de los “profesionales” de la política. Hoy importan más las acciones concretas que los discursos.  Lo que huela a vieja  práctica, a “calculo político”,  activa  las alarmas de la desconfianza. De ello hay ejemplos recientes.
RESCATAR LA POLÍTICA PARA LA CIUDADANIA
Caracteriza a la actual clase política concebir  la política como un “emprendimiento”, como si se tratara de una “inversión”, de formar una empresa, cuyas utilidades futuras serán desde el sueldo por algún cargo público, ya sea por elección o designación, hasta la posición de privilegio, en la administración o el Parlamento,  para negociar con “habilidad” y “realismo político” su apoyo o rechazo a determinadas iniciativas o proyectos.
Estos “profesionales” de la política se proponen metas que muchas veces desbordan sus capacidades. Alcanzado el óvulo instalan su propia maquinaria para conservar su poder personal, mantenerlo, acrecentarlo y reproducirlo.  Hacen favores de todos los tamaños porque favor se devuelve con votos o con otros favores.  La máquina debe estar siempre aceitada, para poder vivir de la política hasta la más tardía vejez.
Lo que genera más desprestigio y rechazo,  es la construcción ingeniosa de un discurso de cambio social para,  una vez en el poder,  ser más de lo mismo.  Los chilenos ya están inoculados de este tipo de dirigentes y de allí la casi total desconfianza en  instituciones como el Gobierno -23% de credibilidad-, el Congreso Nacional -13% de credibilidad- y en los partidos políticos que sólo registran un 7 por ciento de credibilidad según encuesta CEP de diciembre de 2011.
Cuando la ciudadanía interviene la política estamos frente a momentos de cambios históricos, procesos que no se detienen ni con “acuerdos” ni “pactos” de la clase política, ni menos con represión como tanto le gusta a la derecha.
El proceso que vive Chile derivará indefectiblemente en un nuevo orden constitucional, una nueva constitución auténticamente democrática que permita a la sociedad emprender con éxito los desafíos del nuevo siglo.
NECESIDAD DE NUEVAS FORMAS DE HACER POLÍTICA
Las nuevas formas de hacer política  que se empiezan a imponer, no sólo son posibles, sino que necesarias e imprescindibles para alcanzar los cambios estructurales profundos que se reclaman.
El sistema político no es propiedad de los actuales partidos que apropiándoselo indebidamente y parapetados en el sistema binominal excluyen y obstaculizan la participación de amplios sectores ciudadanos.
Por eso es que se suma a las demandas sociales la exigencia de un inmediato cambio de este sistema antidemocrático por uno auténticamente representativo que permita y promueva la participación de las mayorías.
La democracia que la mayoría reclama debe ser verdaderamente representativa y no excluyente,  una democracia participativa, donde el ciudadano tenga un rol activo, permanente y decisivo en las cuestiones más relevantes de la vida política,  económica, social, ambiental y cultural del país.
Los destinos de Chile no pueden seguir siendo decididos sólo por quienes concentran la riqueza y cuyo único objetivo es  mantener un sistema que les permita seguir apoderándose del crecimiento y  los recursos que son de todos los chilenos. De allí la paradoja de que a mayor crecimiento mayor injusticia y mayor desigualdad.
Aysén ha llegado a  los mayores niveles de abandono y pobreza justo cuando la región supera el 19 % de crecimiento anual en 2011.
Se ha comprendido que la  actual institucionalidad económica y política está concebida para favorecer y proteger los intereses de una  minoría  que concentra la mayor parte de la riqueza que el país y los chilenos producimos.
Se ha producido, con mayor intensidad desde la elección presidencial de 2009 y los temas que se lograron instalar en esa campaña,  un aprendizaje intensivo que ha permitido a la ciudadanía entender quienes son los que defienden los intereses de esta minoría privilegiada y cómo ésta minoría controla la institucionalidad del país.
En la presidencial de 2009  se logró instalar en la discusión temas de fondo que incomodaron a los candidatos conservadores como la reforma tributaria, la necesidad de una educación pública gratuita y de calidad, cambios al sistema político, descentralización política para terminar con la postergación y abandono de las regiones, entre otros.
La democracia participativa que Chile necesita permitirá nutrirse de nuevas ideas  que surgen de un colectivo que bulle  de proyectos. Para lograrlo se requiere de  nuevas fuerzas, y de nuevas organizaciones con nuevas formas de hacer política.
Si la ciudadanía ha decidido intervenir la política es porque no quiere ni “pactos” ni “acuerdos” que sólo busquen maquillajes y “correcciones” al actual modelo, sino que   cambios y transformaciones estructurales profundas.
El rotundo distanciamiento de la ciudadanía con la clase política – no con la política- es porque ésta no es capaz de entender que los chilenos sí tenemos la capacidad de discernir qué es lo mejor para el país.
En este contexto, para los jóvenes resulta trascendental participar en la elección de nuevos alcaldes y concejales y dar, como el 2009, una nueva y potente señal de que la posición dominante de las fuerzas conservadoras está llegando a su fin.
Los objetivos de construir un nuevo Chile pasan, definitivamente, por la consolidación de nuevas formas de hacer política que rescaten lo mejor de nuestra historia, y desterrar para siempre las viejas prácticas que tanto gustan y acomodan a los conservadores “políticamente correctos”.
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