Museo del Huasco

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El día 12 de septiembre de 1968 me tocó en suerte asistir a la inauguración del Museo del Huasco, que nació bajo el alero de la municipalidad de Vallenar, gracias a la donación de una colección particular que hizo entrega formal don Alfonso Sanguinetti, regidor por aquel entonces del cabildo de la ciudad quien, de hecho y de derecho, se convirtió en su Director.

Yo era, por aquel tiempo, un joven y ambicioso arqueólogo, que daba sus primeros pasos  profesionales en el Museo Arqueológico de La Serena, dirigido entonces por Jorge Iribarren, quien incentivó personalmente a nuestro recordado amigo Sanguinetti a destinar su colección de objetos históricos y arqueológicos al patrimonio de la ciudad de Vallenar, y ponerla en valor para que, de manera pública, pasara a constituirse en un museo. Era, sin lugar a dudas, una decisión de por sí ambiciosa y que traía consigo dificultades y problemas. Por aquellos años, los museos eran escasos en Chile; el que actualmente se ubica en Copiapó aún no pasaba de ser una quimera.

¿Cómo poder definir un museo? Existen variadas maneras de hacerlo, pero no existe duda de que son sus principales funciones las que conforman las partes ineludibles de su misión: Conservar patrimonio, sea cultural o natural, exhibirlo, documentarlo e investigarlo adecuadamente, según el contexto de sus características, origen y materialidad; por último, convertirlo de hecho y de derecho en un centro educativo, vocero de sus intrínsecos valores y de su entorno local y regional, sin fines de lucro.

De más está recalcar que, para entonces y para hoy en día, un museo es algo más que una colección de objetos hermosos, valiosos o extraordinarios. Requiere el apoyo de la  comunidad y la protección de alguna institución que le conceda un mínimo de de recursos, personal, local con espacios adecuados, y condiciones mínimas para que los objetos sean capaces de entregar el mudo mensaje de su presencia, desde sus vitrinas hacia sus visitantes (usuarios se les denomina hoy en día), con adecuada información, seguridad y dignidad.

Sus primeros años fueron pletóricos de promesas y esperanzas. Muy pronto, la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos del MINEDUC le acogió bajo su alero. Alfonso se mantuvo en su cargo hasta 1980, poco antes de su muerte, cuando le fue solicitada su renuncia, hecho que muchos lamentamos. Ese año, pasó a ocupar el cargo de director el arqueólogo Ivo Kúzmanic P., hasta fines del año 1985.

Al determinar la DIBAM no reponer el cargo de director, por falta de personal, traspasó la responsabilidad y el cuidado de sus colecciones a la municipalidad de Vallenar la que, a poco andar y con la venia de la propia DIBAM, autorizó reabrir una vez más sus puertas al público, esta vez bajo la dirección de Jorge Zambra, destacado escritor y periodista vallenarino, quien se ha encargado desde entonces y hasta la fecha, a mantener viva una llamita de cultura patrimonial, la que cuida con el cariño y dedicación que sólo puede hacerlo un poeta idealista, con tan escasos medios a su alcance. Desde hace algunos años funciona en un estrecho local, ubicado en la céntrica calle E. Ramírez. Por cierto, la historia es mucho más compleja de lo que resumo en estas líneas. Debo suponer que el municipio ha puesto todo el esfuerzo como para a mantener a flote un museo que debiera ser –y que duda cabe que lo es- un hito cultural importante para la ciudad y para la Provincia del Huasco.

Hace apenas un par de semanas me enteré por la prensa y vía Internet, que vientos de tormenta soplan desde Copiapó, hacia esta frágil llamita de cultura. El Museo Regional ha comenzado a trasladar parte de las colecciones existentes en Vallenar hacia la capital regional. En mi modesto parecer, el Museo del Huasco merece, más bien, una mayor atención. Si aquella intención continúa, me dolería en el alma saber que se ha procedido a desvestir un santo para vestir a otro.

Gonzalo Ampuero Brito

La Serena

 

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