Reviven rescate de los 33 mineros para futuros técnicos del CFT-UDA

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A 25 meses del dramático episodio del rescate de los 33 mineros atrapados a más de 700 metros de profundidad, en la mina San José, dos de sus protagonistas, Pedro Gallo Ceballo, Técnico electrónico, experto en comunicaciones y Pedro Cortés Contreras, uno de los rescatados, y hoy próximo a egresar como Técnico en Mantención Eléctrica, evocaron conmovedoras sensaciones vividas desde planos diferentes; uno como tenaz rescatista  -desde la superficie- aportando sus talentos y conocimientos por amor al prójimo, y el otro, en el fondo de la tierra, cuidando cada gota de agua en una agonía que en el decimoséptimo día se trocó en esperanza de un nuevo amanecer.

Como un suspiro alado pasaron los 85 minutos de exposición y consultas que directivos, docentes, administrativos y futuros técnicos del CFT-UDA, aplaudieron con cerrada ovación al término de la inédita relación, con detalles muy personales, donde la emoción puso un nudo en las gargantas y la chispa y simpatía del perseverante gallófono, salpicó de alegría con sus anécdotas ladinas para alcanzar su filantrópico objetivo.

Pedro  Cortés, inició su relato desde el minuto en que ingresó a su puesto de trabajo la mañana del 5 de agosto de 2010. Con memoria envidiable, revivió, para la audiencia, cada detalle hasta aceptar la realidad del derrumbe, precisando que el desprendimiento de una gigantesca roca de más de 150 metros, que hizo temblar todo el cerro, había partido la mina, cerrando toda posibilidad de escape.

Pasaron los aciagos minutos de asfixia por el polvo suspendido, el silencio y la oscuridad sepulcral del recinto invisible que los mantenía con vida, hasta que las luces de sus mentes y de sus lámparas iluminaron la nueva realidad.

Yacían, sin conocerse, 33 hombres que sólo tenían en común el oficio de minero, pero la luz que venía desde el fondo de sus almas unió sus voluntades generando el gigantesco poder de la supervivencia compartiendo la raquítica ración alimenticia que habían inventariado: 5 litros de agua, 10 paquetes de galletas, 5 caja de leche vencida, una cuantas latas de atún y unas pocas de salmón y, en un rincón, un estanque con agua industrial, pestilente e infecciosa.

Primero fueron los minutos de angustia silenciosa en cada hombre que, en aras de esa hombría, callaron sus gritos desesperados, luego las horas y los días hasta que empezaron las perforaciones.

La sonda salvadora vibró como clarinada en el día 17 del derrumbe, pero en esa cripta oscura habían asomado los diferentes caracteres individuales, aquietados con la palabra evangelizadora de uno de los atrapados que, en la superficie oficiaba de pastor de su credo.

EL OTRO PEDRO

24 horas después del accidente, el técnico electrónico, experto en comunicaciones, Pedro Gallo Ceballos, enfila su camioneta al yacimiento minero siniestrado. Sin invitación alguna, iba dispuesto -guiado por su espíritu de amor al prójimo- a entregar sus talentos para ayudar a rescatar a los atrapados en la mina.

Este giro sin tornillo, ex alumno de la Escuela Técnica Profesional y egresado de la Escuela Industrial de Vallenar, olvidó su taller y voló al llamado de la solidaridad. Buscó los caminos que cerraban a su paso los candados de las cofradías de los expertos venidos de todos los puntos cardinales, prejuzgando por las apariencias, “más preocupados por la sotana que por el cura”, como lo expresó en su charla .Sin perder su norte y su único objetivo de servir y ser útil, soportó desprecios y tratos despectivos, poco amables, pero que hoy recuerda como una anécdota del pasado.

Vivió esos días a hurtadillas; escondido en los socavones de la mina San Antonio, defecando detrás de su camioneta y, sin ducharse ni rasurarse, sólo ocupó su mente en crear el artilugio, de modestos 4 mil 250 pesos, que permitió contactar a los atrapados en la mina.

Mientras los otros expertos, incluso los enviados de la NASA, con millonarios presupuestos y equipos de última generación, se limitaban a los procedimientos burocráticos que se imponen aún en esas críticas circunstancias.

Gracioso y lleno de anécdotas, con un lenguaje chispeante y directo, en su exposición “El crecimiento personal en el pensamiento positivo”, contó cada una de sus vicisitudes orientadas, porfiadamente, hacia su único objetivo:”ayudar a salvar si aún había vida bajo miles de toneladas de tierra y roca”.

Cuando el 22 de agosto apareció el famoso papelito, redobló su esfuerzo ante la esperanzadora realidad, hasta que lo llamaron ante un conspicuo tribunal para conocer su invento salvador, donde le dieron sólo UNA HORA para fabricar el artefacto que bajaría a las profundidades para lograr el anhelado enlace con los mineros.

Con la expectación y nerviosismo del momento, Pedro mostró su gallófono, dejando atónito al ministro Golborne, por la simplicidad del rústico artefacto que, sin embargo, funcionó perfectamente por más de 70 días, sin una sola falla.

Desde entonces hay entre el modesto técnico electrónico y el ahora postulante a la Presidencia de la República, una sincera amistad y muto respeto.

Su verdadera lección cautivó a toda su audiencia: la perseverancia, la tenacidad por alcanzar sus objetivos, el firme propósito de servir y ser útil a los demás; la solidaridad y la filantropía; el amor propio y el respeto a la dignidad, pues decenas de millones ofrecidos por su creación, que habrían cambiado su vida, se esfumaron en el tiempo y el artilugio con los nombres de los 33 mineros y la bandera que con sus nombres ellos le regalaron, son sus verdaderos tesoros.

El otro Pedro, en cambio, dejó atrás al bohemio licencioso; y, aprovechando su segunda oportunidad, retomó sus estudios y hoy camina en busca de su título de Técnico de Nivel Superior que cursa en CFT-UDA.

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