Hallazgos arqueológicos, cuyas evidencias se encuentran en el Museo Provincial, confirman que el lugar fue escogido, seguramente, por su estratégica ubicación, por las primeras naciones indígenas que se asentaron en nuestro valle. Dejaron parte de sus utensilios desperdigados en las inmediaciones de donde hoy está nuestra plaza principal, el edificio consistorial y la gobernación provincial, que desde remoto fueron un centro administrativo y habitacional indígena.
El caserío de “Paitanás” poseía muy buenos terreno, en la par-te más ancha de esta quebrada angostamente amada que llamamos valle del Huasco; lo que sumado a las ricas minas cercanas trajeron a las primeras familias españolas a levantar sus habitaciones junto a las tolderías de los indígenas, ya existentes. No cabe duda, que también esto ocurrió en las inmediaciones de la plaza. Luego de la fundación de la Villa de Vallenar y a medida que la villa se poblaba, su plaza adquiría mayor importancia, no tenía árboles, servía de plaza de abastos, se cerró con murallones de pesados adobes, e incluso en ella se efectuaron corridas de toros, costumbres ya perdidas en los tiempos de la memoria. Antes de que el asiento de Paitanás fuese erigida Villa, con el nombre de San Ambrosio de Va-llenar, los habitantes del Huasco vivían acumulados en los asientos mineros de Huasco Bajo, Santa Rosa, Horcón Quemado y Chanchoquín, llevando una vida tranquila y patriarcal, sin las molestias ni exigencias que trajo para ellos la fundación de la villa de Vallenar y la obligación que les impuso O`Higgins de venir a poblar la nueva Villa, aquí, en nuestro Vallenar. Si uno se pasea por el centro de Vallenar cada día se hace más difícil reconocer la ciudad que nos vio nacer; sus casas, rincones, sus construcciones más representativas van desapareciendo aceleradamente, siendo suplantadas por horrendas construcciones del retail o farmacias para comprar remedios a precio ruin. Ya perdimos el mitológico Castillo, edificación de 1929 de propiedad de Max Nolff, ya perdimos la hermosa casa de calle Prat, esquina Alonso de Ercilla, ícono del comercio local, siendo suplantada por un galpón con vidrios donde venden televisores curvos en innumerables cuotas.
No nos confundamos, no nos oponemos al progreso, aplana-dora que no respeta nada, solo nos resistimos a la falta de una ordenanza pública de construcción comunal, que regularice lo que se puede remodelar y cómo debe hacerse. Que distinga materialidades constructivas, formas de construir típicas de nuestra zona, nuestra identidad arquitectónica, que proteja a, al menos, a algunas fachadas representativas de nuestra construcciones más entrañables, que aún resisten los sablazos de la incuria pública y la voracidad privada. Buena idea sería declarar zonas típicas a algunas cuadras de Vallenar, como aquella de calle Merced, entre J.J. Vallejos y Brasil; o la cuadra de Prat, entre Talca y Maule, que aún resisten a duras penas, mostrándonos cómo fue nuestra antigua y hermosa ciudad, coqueta, colorida, con árboles, con vecinos que salen a conversar a su puerta, a barrer la calle, recordándonos que somos una ciudad de gente que se conoce entre sí, no una colmena de desconocidos contiguos. Más que una ciudad chica, aún somos un pueblo grande, querendón, orgulloso de su provincianismo.
