El puente Añañuca, en población Quinta Valle, se ha convertido en el reflejo más evidente del abandono y la desidia. Su deterioro es tan notorio que no solo representa un riesgo inminente para quienes lo transitan, sino también un recordatorio de las promesas incumplidas que por años se han repetido sin soluciones concretas.
Mientras miles de vecinos dependen de esta vía para trasladarse a colegios, viviendas o espacios deportivos, lo único que encuentran es una estructura con su vida útil agotada y con daños que amenazan la seguridad de todos. Las advertencias ya no son nuevas: dirigentes vecinales y habitantes han levantado la voz una y otra vez, esperando respuestas que nunca llegan o que solo aparecen cuando la presión pública se hace insostenible.
El video que circuló recientemente no hizo más que confirmar lo que la comunidad viene denunciando hace demasiado tiempo: que el puente ya no resiste más. Y lo más preocupante es que, pese a la gravedad de la situación, lo que reciben los vecinos son declaraciones generales, anuncios difusos y la constante postergación de medidas efectivas.
La seguridad vial y la dignidad de una comunidad no pueden quedar a merced de parches temporales ni de excusas administrativas. Lo que se necesita es voluntad real, proyectos con plazos claros y la certeza de que la vida y la tranquilidad de quienes habitan el sector están al centro de las prioridades.
El puente Añañuca no debería seguir siendo un símbolo de abandono. Es hora de que se convierta en la señal clara de un compromiso que se traduzca en hechos, no en promesas que, como su estructura, ya no resisten el peso del tiempo.
