En medio del auge turístico que vive la provincia del Huasco gracias al Desierto Florido y a los esfuerzos por proyectar la belleza natural de Atacama al país y al mundo, surge una realidad que obliga a reflexionar: el abandono de los espacios patrimoniales y la fragilidad de nuestra memoria local.
Las imágenes del cementerio de Quebradita, en Freirina, donde se observan tumbas profanadas, restos humanos expuestos y evidentes signos de deterioro, no solo conmueven, sino que interpelan. No se trata únicamente de un lugar antiguo o de propiedad privada: es parte del relato histórico de una comunidad, un vestigio que forma parte de la identidad de la provincia. Su abandono no es solo físico, es también simbólico.
El turismo responsable no puede construirse sobre la indiferencia patrimonial. Si el Huasco busca consolidarse como un destino sostenible, donde la naturaleza, la cultura y la historia convivan, es imprescindible que la preservación de sus pueblos, cementerios, iglesias y tradiciones forme parte de esa visión. Cada visitante que llega a la zona no solo contempla flores o paisajes: también observa cómo una comunidad cuida —o descuida— lo que le da sentido y pertenencia.
El caso del cementerio de Quebradita debe servir como un llamado urgente a la acción y a la coordinación entre instituciones públicas, privadas y familiares. No se puede proyectar una imagen de provincia acogedora y viva mientras los testimonios de su historia yacen olvidados, expuestos al daño y al desinterés.
La provincia del Huasco tiene una enorme riqueza natural y cultural. Su gente, sus tradiciones y sus paisajes componen un patrimonio único que merece respeto y cuidado. El auge del Desierto Florido nos recuerda que la belleza florece cuando hay vida, pero también cuando se honra la memoria de quienes estuvieron antes. Preservar nuestros pueblos y su historia es, en definitiva, preservar nuestra identidad.
