El problema de los populismos es que se han vuelto tan populares, tan contagiosos como la peor cepa de virus escapada o liberada a propósito desde algún secreto laboratorio, que contrarrestarlos se tornará cada vez más difícil mediante el uso de la ética en la información y en la comunicación de masas.
Se han vuelto peligrosos los populistas. Ya no es como el recordado Fra Frá de los años 90s cuando aseguraba terminar con la UF en cinco minutos, asegurándonos que su amistad y cercanía con la oligarquía banquera de ese tiempo bastaban para borrar del mapa cualquier pellejería de la sufrida clase trabajadora. Incluso Parisi y otros engendros parecidos, en años posteriores, han tenido algún éxito en instalar su discurso reduccionista y simplista de la problemática social, señalando en líneas gruesas que el culpable de todo es el malévolo Estado al cual hay que reducirlo, podarlo de los pulgones chupasangre y quitarle sus facultades de fiscalización y arbitrio en el plano macroeconómico: el mercado debe regir, y que la libertad añorada por todos se gana en base al individualismo y ya no al cargar como una pesada mochila las ansias de cooperativismo, solidaridad, ni esas ideas espirituosas propias de ideologías fracasadas en el siglo XX y bla bla bla…
Pues bien, a toda escala, los populistas ganan terreno. Desde un insufrible Trump, pasando por un perturbado Bolsonaro, también por un camaleónico Bukele, y por cierto por un francamente desquiciado Milei, hasta versiones chilensis de todo calibre y que en común han tenido la delicadeza de jugar al independentismo luego de la caída en desgracia, alentada ciertamente por ellos mismos, de la batería de partidos políticos de la añeja clase dominante post dictadura.
Y el poder que radica en los municipios ha sido también blanco de esta nueva fuerza electoral, respaldada por el impacto comunicacional de un discurso electoral muy sencillo: decir lo que la masa indignada quiere oír, y por cierto, ofrecer soluciones instantáneas que sus antecesores no implementaron por tontos, ciegos, torpes, corruptos y feos.
De esta forma, en especial cuando estos personajes han tenido la astucia de contar con presencia permanente con su discurso en las redes sociales y en los medios de comunicación (cuando no se han parapetado detrás de un medio de comunicación propio) sus seguidores y auditores han pasado, de la noche a la mañana, a ser motivados electores que identifican al pachanguero locutor de la mañana como un probable transformador de su entorno social: si pone buenos temas, si saluda a mi abuelita en su cumpleaños y si apoya con la rifa del club deportivo seguro debe ser el mejor prospecto de alcalde, un amigo, una persona cercana, uno de los nuestros y que sabe cómo solucionar mi problema.
De arreglar el mundo desde un solitario locutorio de radio tropical se pasa entonces a comandar un buque acostumbrado a navegar por mares traicioneros, en el caso de Vallenar, un municipio hijo de la caridad del Fondo Común Municipal y con quilombos estructurales tan particulares como que el cuarto piso del edificio consistorial lleva años literalmente cubierto de tóxica caca de paloma.
Y se pasa a administrar una apreciable cantidad de recursos, no sólo financieros, sino que también humanos en donde la mayor fuerza laboral del municipio la conforman funcionarias y funcionarios bajo la modalidad a honorarios, quienes pese a cumplir todas las funciones encomendadas como un trabajador a contrata y planta, no gozan de estabilidad, y que luego de gritarles en la cara tu pírrico triunfo electoral como si fuera un gol de última hora por un penal regalado, pueden ser despojados de su fuente laboral si te parece que no bailan al ritmo de tu cumbia.
Y se pasa a perseguir y a borrar toda señal o vestigio de la administración anterior como si un modesto logotipo fuera poco menos que un emblema del cartel de Sinaloa ¡Nada se hizo antes de mi llegada, y lo poco hecho fue malo, perjudicial y sólo alguien como yo sabe cómo arreglarlo!
Y se pasa a adoptar luego un nuevo eslogan municipal, en este caso, más parecido a la propaganda de una inmobiliaria que a un proyecto comuna.
Y se pasa también a criminalizar a un humedal por la mala conectividad de la ciudad. Se pasa a montarse en el trineo navideño todo el año para perpetuar la pascua de los regalos y las promesas. Se pasa a tener injerencia en la vida de miles de personas. Te toca recibir en audiencia al rostro mismo de la pobreza encubierta de Vallenar, esa que no llega a fin de mes, que no tiene seguridad social y que se llueve cada invierno con cuatro gotas huachas.
Pero la promesa de un mega festival lo soluciona todo. Un ciclo barrial de rumba y espuma ciertamente ayuda a disimular la propia inconsistencia, la falta de visión panorámica, la tendencia a victimizarse ante la crítica y, por cierto, la inexistencia de un proyecto de desarrollo comunal serio, sostenible, sustentable y que signifique no sólo transformar de fondo sino que reivindicar y hacerle justicia territorial a una comuna olvidada y castigada por el centralismo.
Por Milko Urqueta Torrejón