Son todos Narcos

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Escribo desde mi trinchera, del lado de los que se fastidian con las órdenes morales que impone “el viejo de arriba”, como diría La Bersuit. Yo voy del lado de “los locos, los borrachos, de las putas y los guachos”. Desde lo que podríamos llamar la sombra de las virtudes humanas, en contraposición a la “luz” de la moral, como bien se refiere el psiquiatra y sabio chileno Claudio Naranjo, desde que advierte que negarnos a la posibilidad del descubrimiento de nosotros mismos (sea a través de los estados alterados de conciencia, la meditación o la psicoterapia, y especialmente a través del uso espiritual de las drogas psicodélicas) resulta una cuestión de una moralidad civilizadora, o normalizadora si seguimos a Foucault, tremendamente cruel y abrumadora con nuestro subconsciente, maltratadora hacia nuestro lado salvaje y sádica con el Niño interior que mantenemos preso, a fuerza de seriedades. No es que sea viejo, es que tengo a mi niño preso, nos cantaba Gustavo Cordera en la Caravana Mágica, y cuanta razón tenía el pelado.
Pero la lucha contra la droga reflota y se recrudece cada vez que los conservadurismos hacen agua por todos los costados del descontento social. Ya ocurrió con Nixon y luego se repitió con Reagan, trasladando la culpa de los males sociales a “la droga”, ese mal que “arrebata” la vida de las familias y que pervierte a nuestros jóvenes. 
Piñera, el presidente trasnacional chileno y multimillonario, después de su fracasado vedetismo golpista en su paso por Venezuela, y cayendo en picada de popularidad por la pobreza en que su gobierno ha ido colocando a la clase media, esa masa diletante que votó por él confiando en sus promesas de tiempos mejores, y de más y mejores “trabajos”, ha decidido repetir el guión del neoconservadurismo capitalista, y ha iniciado su particular guerra contra las drogas, bajo el eslogan de “Elige Vivir Sin Drogas”, como si las adicciones fuesen una decisión del adicto y no una enfermedad de la psique y de la biología particular de cada individuo. Ahora lo ha intensificado a niveles insospechados, con el debut del control represivo a conductores a través del narcotest, extendido aún a los ciclistas. Son tiempos de represión.
Aún no se ha reparado en que dicho dispositivo, no obstante estar en las manos consabidamente “criteriosas” de nuestros Carabineros, es uno que tiende a arrojar falsos positivos o bien positivos por consumos de sustancias inocuas como el mate de coca cuyo metabolito es tan similar que terminará detectado como cocaína, o bien arrojará consumos de marihuana de hasta una semana de anterioridad al momento del control policial en ruta, en que no estando los sujetos controlados bajo el efecto del THC, para la ley aparecerán como si estuviesen conduciendo bajo los efectos de una droga prohibida. 
El resultado, el propio de toda represión, tendremos a cientos de ciudadanos paseando por tribunales, gastando dinero que no tienen para pagar por abogados, tratando de demostrar que son inocentes, pese a las decisiones efectuadas dentro de la esfera de su vida íntima.
Alguna gente se ha indignado y ya comienzan a pedir test de drogas a los políticos, afuera de La Moneda, en el Congreso, ley pareja, si son todos narco, todo narco, de los malos.
Y aunque no lo aparente, ese es el efecto que buscaría generar el ejecutivo en su programa de criminalización de los “vicios privados”. Ahí tenemos ya a Camila Flores, la diputada que adora al último genocida patrio, haciéndose el test de drogas de manera pública y bufonesca, como si se tratara de una prueba de “pureza” legislativa que la habilitaría para seguir avergonzándonos crónicamente con la calidad de los parlamentarios que debemos financiar (y soportar). 
La oposición, la izquierda, siempre moralmente conflictuada, brilla por su ausencia una vez más, pese a unos pocos marihuaneros camuflados, que esgrimen, no sin rubor, tibios argumentos a la manera de Bill Clinton, manifestando ese “sí, una vez la probé, pero no la aspiré”. Cándidas mariposas descoloridas.
Lo cierto es que la ignorancia de estos neoconservadores elegidos democráticamente, nos obliga a observar la historia del hombre y poner una especial atención en la sociedad democrática más perfecta de la humanidad: la Antigua Grecia. 
Poco se sabe de esto, y más allá de la fiesta de los misterios “Eleusinos” a que acudían los filósofos de la antigüedad clásica a través del consumo de hongos alucinógenos y los cornezuelos, si nos adentramos en la ritualidad de la vida política, en la misma “Asamblea”, antes de ingresar al hemiciclo, los Senadores debían pasar algunas horas en una suerte de fumigación mediante plantas psicotrópicas, desarrollando un verdadero sahumerio, respirando los vapores de la mirra, el incienso y el cannabis, para así purificarse,  “desinfectarse” de lo cotidiano y quedar en condiciones aptas para legislar, esto es, consiguiendo un estado mental con un sentido de “elevación”. Los estoicos, por su parte, es sabido que por filosofía debatían ebrios y luego adoptaban sus decisiones en sobriedad, como método de encuentro de las ideas y no puramente bacanal. Si no le creen a la historia de las drogas escrita por Antonio Escohotado, al menos busquen en YouTube el programa del History Channel sobre ello, se sorprenderán.
Tal vez el problema no sea la droga, sino la administración y el sentido que a esta se le da.    Por ejemplo, la cocaína es una de las llamadas drogas duras que genera un estado de excitación cerebral, de concentración y un nivel de rendimiento intelectual bastante asombroso, ello producto de la altísima producción de testosterona y la posterior secreción de dopamina que ello produce. De ahí la sensación de “ser invencible”, que se apodera de quien la consume, activando un sistema de recompensas que demandará luego, repetir la misma experiencia. Sin embargo, lo realmente curioso no es lo que ocurre en el cerebro de los cocainómanos, sino lo que sucede en aquellos sujetos que sin consumir drogas materiales, igualmente presentarán un patrón similar. Minúsculas dosis de poder cambian los patrones de conducta del individuo, nos plantea el neuro científico y psicólogo escocés  Ian Robertson (The Winner Effect: How Power Affects Your Brain). El mismo sistema de búsqueda y recompensa, es el que se activará en aquellos casos en que un individuo obtenga un éxito personal o socialmente aspirado (lo que cada cual entenderá por éxito, es harina de otro costal y de rica discusión). Y entonces, el sujeto querrá repetir esa experiencia de éxito, para volver a producir testosterona y obtener la dopamina consecuente para así sentir el winner effect, de “gloria” asociado a la recompensa y el triunfo. Los brokers, los adictos al juego, los sujetos que poseen altas cuotas de poder, experimentan a nivel cerebral, la activación de los mismos campos, la misma experiencia de dopaje que un consumidor de cocaína. Y la experiencia tendrá que repetirse. ¿El costo? El peligro del enganche, la adicción, evidentemente, querer repetirse el plato, como los glotófabos, y luego, ese continuo cóctel de testosterona y dopamina que ocasionará en el individuo, otros trastornos bastante perniciosos para los administrados de aquel, ese sujeto con poder intoxicado de dopamina, con el cerebro “tomado”, se centrará en la cronificación de la planificación y la búsqueda de placer, se perderán los objetivos originales y se cambiarán por el sentido y la necesidad, la sed de ganar por ganar, y ello disminuirá la empatía y aumentará el egocentrismo del sujeto, todo acompañado de una total carencia de autocrítica, una tendencia a hacer trampas y una marcada dificultad para escuchar a los demás. 
Creo que un vivo ejemplo hecho carne de lo anterior, lo observamos a diario en las noticias nacionales.
En este país, existe cierta “autoridad”, que antes de llamar a combatir a “las drogas” (estimo desde mi trinchera), esa autoridad, la que regala medicamentos a las hogueras desertoras de Bolivar y que no logra contenerse a la hora de ofrecer maderas y cobre para reconstruir iglesias católicas de países ricos y desarrollados, una Excelencia que antes de impartir una “moral” personal y de élite religiosa, pasando por sobre las libertades individuales del “ciudadano de a pie”, que antes de esparcir su “normosis” como le llama medio en broma el psiquiatra Claudio Naranjo, debiera empezar por combatir su propia neurosis, su evidente adicción, esa aplaudida afición al win win, al éxito económico y meramente material, a la lógica bursátil, al poder por el poder, o el dinero por el dinero, porque este es un tema que va mucho más allá de la substancia, se trata en realidad, de una lucha por recuperar el mensaje íntegro de nuestro subconsciente interconectado socialmente; se trata de rescatar nuestra integridad mental y la forma en que decidimos, en que realmente “elegimos” vivir nuestros procesos espirituales, los más íntimos y sagrados, en definitiva, la última frontera de la represión que el neoconservadurismo quiere alcanzar, está aquí dentro, no les basta ya con ponernos al servicio de la deuda ni con la esclavitud del trabajo, ahora vienen por nuestras mentes, a negarnos la posibilidad de que, a través de los estados alterados de conciencia, comprendamos que existe una realidad muy distinta a este horror en que nos quieren acostumbrar a vivir los del equipo “ganador”.

Charly M. Purple.

Es el seudónimo como escritor del abogado huasquino Carlo Mora (Magister © Derecho), litigante de causas sociales y ambientales en la provincia, y como escritor debutó este año con la novela Cocinando con Caníbales y próximamente estrenará Los Vampiros del Huasco, novela con que ganó un Fondart.

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