La Villa de Freirina y la ciudad de Vallenar – Creación de la Villa de Freirina – Rivalidades lugareñas con la Villa de San Ambrosio – Vallenar recibe el Título de ciudad –
El Mineral de Chañarcillo – Surgimiento material y cultural del Huasco.
La Municipalidad de La Serena acordó con fecha 7 de abril de 1824, crear un Cabildo en el asiento de Santa Rosa, en virtud del progreso evidente que había alcanzado, merced al desarrollo de su minería. Bautizó la nueva Villa con el nombre de Freirina, en homenaje al General Ramón Freire, que gobernaba el país. El Decreto Supremo de su creación es de 8 de abril de 1824. El Cabildo de Freirina se formó como una delegación de la Municipalidad de Vallenar, que era la cabecera del Departamento del Huasco.
El Gobernador de Vallenar, don Vicente García se trasladó con ese objeto al vecino asiento de Santa Rosa y designó allí entre los vecinos más calificados los miembros que formaron el Cabildo y demás autoridades de la Villa.
Mientras tanto, los freirinenses, comenzaron por preocuparse de enaltecer la nueva Villa, refaccionando algunos viejos edificios y construir una nueva cárcel, para lo cual compraron a don Francisco Barrio un sitio en uno de los costados de la plaza, en la suma de setenta pesos. Al mismo tiempo, se levantó un edificio para la escuela pública, y se contrató a un preceptor de Santiago, don Andrés Droguet, a quien se pagó sus servicios a razón de $ 240 anuales.
Estos diversos trabajos demandaban cada vez mayores gastos y las escasas entradas que percibía la Municipalidad de Freirina por impuesto a los cobres de sisas que se exportaban por el puerto de Huasco, a los licores y carnes y al de “balanza” – se hacían insuficientes. Esto motivó un curioso incidente entre las autoridades de Freirina y Vallenar.
En 1825, las entradas municipales de esta última Villa alcanzaban a $ 1.500 anuales.
Las salidas se repartían de la siguiente manera: $ 400 anuales para pagar “el preceptor” de la escuela. $ 100 anuales para subvención del “’Escribano Público”. $ 50 para el “Festival de la Patria” (18 de septiembre); $ 50 para pago del Procurador (defensor público); 200 para refacción y aseo, etc.
A pesar de ser tan pequeñas estas entradas, la Municipalidad de Freirina solicitó una participación de ellas, fundándose en que, puesto que dependía de la Municipalidad de Vallenar, era muy justo que esta contribuyera a su sostenimiento.
Como la Municipalidad de Freirina tenía sus propias entradas, la Municipalidad de Vallenar no se consideró obligada a ayudarla.
Se produjo un cambio enérgico de notas entre ambas autoridades comunales, terminando Freirina por declarar que su Cabildo tenía mayores títulos que el de Vallenar y alegando “jurisdicción” sobre este último.
El Procurador de la Villa de San Ambrosio, que lo era don José María Gallo – consideró esta actitud de los Ediles vecinos como “ofensiva a los derechos de la Villa de Vallenar y en verdadero despojo” y reclamó ante la Asamblea Provincial de La Serena.
Por su parte, el Gobernador de Vallenar llamó a los Cabildantes a toque de campana –como era costumbre- y después de una tempestuosa sesión, considerando “improcedente” la petición de la Ilustre Municipalidad de Freirina, de participarle de sus entradas y absurda la pretensión de que se le reconociera “jurisdicción” sobre la de Vallenar –de la cual dependía- acordó, por unanimidad, respaldar el reclamo del Procurador Gallo ante La Serena.
La Asamblea Provincial de esta ultima ciudad, por su parte, consideró “irrespetuosa” la nota reclamatoria y respondió citando a su presencia al Procurador Gallo y al Cabildo que lo apoyaba, en el plazo perentorio de 30 días.
Demás está decir que el Procurador ni el Cabildo de Vallenar se presentaron a La Serena. Afortunadamente, la incidencia no pasó adelante.
Desde el mes de noviembre de 1826, quedó establecida la separación de ambos departamentos, con lo cual no habrían vuelto a producirse dificultades si no hubiese sido por la escasez de las aguas del rio Huasco, cuyo reparto dio motivo para nuevas controversias.
Freirina designó representante ante la Asamblea Provincial de La Serena a don Jorge Edwards, quien obtuvo para la Villa el nombramiento de un Teniente Gobernador, que fue don Manuel Antonio García, y el nombramiento de un Cura Párroco, don Pedro Nolasco Chorroco, cuyas virtudes corrían a parejas con excepcionales facultades para la “medicina”.
El mismo Diputado, señor Edwards, obtuvo autorización para que el Cabildo de Freirina repartiera las tierras “baldías” de Huasco Bajo entre los indígenas, dejando para “propios” de la Villa, los terrenos que sobrasen de la repartición. Distribuidas las tierras quedaron vacantes varios lotes de terrenos que pasaron a propiedad del Cabildo.
Entretanto, el Diputado por Vallenar don José Agustín Cabezas, presentaba una moción, solicitando para la Villa de San Ambrosio de Vallenar el título de Ciudad.
Decía la moción:
“Siempre ha sido una innata propensión en los pueblos el aspirar a sus mejoras y engrandecimiento, y mucho más los que se hallan con las aptitudes necesarias para dentrar al Rol de los que figuran en la República. La Villa de Vallenar, departamento del Huasco, merece por todas circunstancias, se constituya en rango de ciudad que le pertenece en la Provincia, en atención a las razones siguientes: su localidad, la recta y poco común delineación de sus calles, el movimiento de sus edificios, las obras públicas de cárcel, casas consistoriales, escuelas de primeras letras bien dotadas, cuartel para el piquete de la guarnición, un puente de cuatro ojos, de cal y canto, en el rio, su magnífico templo parroquial, una recova en principios de años y el proyecto de una alameda a los márgenes del rio en una calle de 18 varas de ancho. A que se agrega sus ricas producciones de plata, oro y cobre y gran fomento e industrias en sus elaboraciones, y lo que es más, los considerables ingresos al erario nacional, relativos al ramo de hacienda, su lucido vecindario y 280 familias que lo pueblan”.
A pesar de las muy justas razones hechas valer por el Diputado Cabezas, el Supremo Gobierno tardó tres años en decretar para la Villa de San Ambrosio el rango de ciudad.
Mientras tanto, el Huasco debió soportar dos calamidades seguidas” la aparición de la epidemia de escarlatina – en 1832 – y el furioso temporal de 1833.
A raíz de la epidemia, y como una medida de higiene, el Cabildo de Vallenar declaró excluido del uso público el antiguo cementerio, que estaba en los terrenos de la meseta oriente, que da vista al actual Hospital, y habilitó un nuevo local para la sepultación de los cadáveres en el llano septentrional, donde está ubicado en la actualidad. El cementerio sólo vino a quedar terminado en 1842, y el 23 de diciembre del mismo año se hizo la bendición solemne de su capilla, nombrándose capellán al Cura vallenarino don Bruno Zavala, benefactor de la población. Primer Administrador y Tesorero don José Santos Herrera.
El 28 de abril de 1833 se sintió en el Valle un temblor de gran violencia, que produjo daños de consideración. La iglesia quedó casi destruida. Por esta razón, el Cura don Bruno Zavala edificó en un terreno de su propiedad, el antiguo templo conocido con el nombre de la Merced (al término poniente de la actual calle de este nombre).
El mismo año tuvo lugar en la Villa de San Ambrosio el solemne juramento de la Constitución Política de 1833, para lo cual el Cabildo acordó contribuir por su parte con 6 onzas de oro en los actos del ceremonial y celebración.
La festividad tuvo lugar durante los días 14, 15 y 16 de agosto, con embanderamiento general de la población, y “luminarias” en la noche en las fachadas de las casas y “tiendas de comercio”. El día 15 se reunió el pueblo en la casa Consistorial, presidido por el Gobernador, el Ilustre Cabildo y el Cura Párroco. Se dio lectura a la nueva Constitución, haciendo después el Gobernador y demás autoridades el siguiente juramento: “JURO POR DIOS Y POR LOS SANTOS EVANGELIOS OBSERVAR Y HACER CUMPLIR COMO LEY FUNDAMENTAL DE LA REPÚBLICA DE CHILE EL CÓDIGO REFORMADO POR LA GRAN CONVENCIÓN, SI ASÍ NO LO HICIERE, DIOS Y LA PATRIA ME LO DEMANDEN”
El mismo día 15, se descargó una lluvia torrencial que se prolongó por 3 días con una furia tal, que dio lugar a una espantosa crecida del rio, la más grande que se recordaba hasta esa fecha, y que hizo muchos perjuicios en el valle, entre ellos, la destrucción del puente de “cuatro ojos” de cal y canto, dejando a la Villa aislada del Puerto de Huasco y del sur.
Hubo de construirse un puente de “cimbra”, provisional, y establecer un derecho de “pontazgo”, con el objeto de reunir fondos para hacer uno nuevo. Se hicieron además, obras de defensa contra el avance del rio, que pretendía irrumpir por un canal que atravesaba la calle que se hoy se llama “Marañon”
Al Cabildo de Vallenar, compuesto por el Alcalde don Bernardo de Hodar y por los Regidores Manuel Huerta, Francisco de Borja Ávalos, Julián Pérez, Pedro Ahumada, José Zacarías Ávalos y José Dolores Zavala, correspondió presidir las ceremonias a que dio lugar la promulgación del decreto que otorgaba el rango de ciudad a la antigua Villa de “San Ambrosio”.
El decreto en referencia es de fecha 24 de octubre de 1834 y lleva las firmas del Presidente don Joaquín Prieto y del Ministro del Interior, don José Joaquín Tocornal.
A pesar de sus recientes contratiempos, el nuevo rango de ciudad sorprendió a la histórica Villa de O’Higgins en un pie de progreso nunca alcanzado hasta esa fecha.
Por muchos años se dejó sentir en el Huasco la benéfica influencia de los capitales ingleses en la minería regional.
Numerosas familias principalmente de origen inglés y francés, como los Walker, Edwards, Swell, Subercaseaux, etc, y otras, de Santiago, La Serena y Copiapó, como las de Gallo, Quevedo, Martínez, Larrahona, etc, formaban parte del “lucido vecindario: de Vallenar.
Todas estas personas, unían a su cultura un notable espíritu de empresa y fueron ellas las que con su esfuerzo e inteligencia impulsaron notablemente la industria de la minería, y las que elevaron las aguas del rio a las planicies centrales, delineando los primeros fundos y haciendas, que hoy constituyen nuestro legítimo orgullo.
El cobre “ese fiel hijo de la entrañas huasquinas, crecía y se desarrollaba bajo la tutela del capital británico” dice el gran Vicuña Mackenna. Y agrega “El Huasco debió su esplendor a los Cresos de Londres y a los comerciantes de Calcuta”.
Y en verdad. Los barcos de la India (inchimanes) recalaban frecuentemente en Huasco para cambiar los exóticos productos de sus bodegas por el rojo cobre nativo o la blanca plata de nuestras minas.
En Copiapó y en el Huasco es fama que se conocieron antes que en la Capital de la República, las sedas y espumillas de Bengal y Cachemira, el té, la porcelana lujosa y el mobiliario de fina elaboración inglesa. En una palabra, cuanto en aquella época representaba los adelantos y el refinamiento de la civilización.
Vallenar recibió el primer piano que vino a Chile. Lo trajo de España el “Ilustre General” don Miguel de Zavala y Colón, Conde de Montevideo. También en esta ciudad se recibieron las primeras máquinas de coser a mano que llegaron al país.
Don Luis Joaquín Morales dice que el Cabildo de Vallenar, “a quien tocaba más de cerca los merecimientos del nuevo rango de ciudad, se preocupó del progreso y embellecimiento, lo que convenían a su nueva situación; y en vista del aspecto que presentaba la población en la parte occidental a consecuencia de la obstrucción de las calles largas y atravesadas, acordó que las que tenía cerradas el Presbítero don Bruno Zavala, desde la chacra de la testamentaria del “finado” don José Antonio Zavala, su padre, como tres cuadras más arriba de las calles de “La Merced” y del “Rio”, debían abrirse para remediar tan notable falta y para dar a la población la ostentación y hermosura de que era susceptible, en el plazo de 90 días, correspondiendo a esto principalmente a las calles llamadas de “El Cuartel Viejo” (actual calle Ramírez), y la que sale de la Plaza para el Poniente (hoy Arturo Prat), como asimismo, todas las atravesadas, hasta la que sale por la Merced hacia el camino de la hacienda Paona (Perales); en cuanto a la calle de el “Laberinto” (actual Serrano), se concedieron doce meses para abrirla en la misma dirección, por la presencia de las vegas, que existían en esa parte de la población.
El Cura Zavala hombre de “principios liberales”, como buen vallenarino, no sólo dio cuantas facilidades eran del caso para la apertura de las calles en los terrenos de su propiedad, sino fue más allá: regaló a la nueva ciudad el terreno que ocupó la llamada “Alameda Vieja” o de “Prado” (Estación de los F.F.CC. actual), la que en buena parte, fue arreglada por el mismo.
No es difícil imaginarse el cuadro que presentaba la ciudad de Vallenar por los años de que venimos ocupándonos.
Pueblo que conservaba todavía el polvo colonial en las blanqueadas paredes de sus casonas. Por cuyas calles atravesaban interminables tropas de mulos y burros, que transportaban al puerto de Huasco las frutas del interior, y el asoleado vino o los “capachos” con minerales de cobre, plata u oro, envolviendo a su paso en nubes de polvo las soñolientas tardes, donde nuestros abuelos disfrutaban su clásica “siesta”… De vez en cuando, algún ligero “tilburí” atravesaría las rectas calles, conduciendo a algún acaudalado patricio a quien acompañaba alguna guapa huasquina, de vaporoso traje y complicada “toilette”. Mientras, las “tiendas de comercio” serían visitadas por las señoras para adquirir las novedades llegadas por los últimos barcos.
En las casas solariegas de los patricios, con grandes puertas de madera, claveteadas de cobre, y colonial farol adosado al muro, se reunían, al caer las sombras emotivas del crepúsculo, algunos amables vecinos.
Quizás más tarde, desde la taciturna calle, podía escucharse algún dulce munié, arrancado por finas manos de mujer, a un piano recientemente importado o un leve suspiro de galanas frases.
Para las fiestas religiosas, en la vieja iglesia, adornada con profusión de hermosas flores y artísticos candelabros de maciza plata, lucirían las damás sus largos vestidos de rica muselina y miriñaques, barriendo con sus ruedos los pisos empedrados.
Si algún curioso visitante hubiera recorrido la Villa en un día de trabajo, habría podido observar como en las numerosas quintas, los dueños de casa y sus hijos se entregaban tranquilamente el cuidado de la huerta, donde se cultivaban toda clase de hortalizas y verduras.
Por la mayoría de las calles corrían acequias “a tajo abierto” y el agua se repartía sin restricciones en los años de abundancia, en cambio, en los de grandes sequías, los “celadores” fiscalizaban su distribución, y las compuertas se cerraban o se abrían de acuerdo a los “turnos” que el Cabildo se encargaba de hacer cumplir personalmente, por intermedio de sus miembros.
Hubiérale llamado ciertamente la atención al curioso visitante, que manadas de puercos hozaran libremente en la calle del rio, en uno de cuyos extremos, el vecindario botaba la basura, y como los holgazanes del suburbio se entregaban al juego de azar en plena calle. Aquellas “chinganas” fueron escenarios de frecuentes riñas entre los mineros que venían a “remojar el gaznate” y los “mal entretenidos” que pululaban por esos lugares.
Pero, afortunadamente, los Cabildos, formados generalmente por personas de elevado patriotismo, comenzaban ya a dictar medidas para establecer el orden, la limpieza y el ornato en la naciente ciudad. Las Municipalidades empezaban a desarrollar un rol social elevado y enaltecedor: formar los buenos hábitos cívicos de los habitantes e impulsar el progreso local en todas las actividades.
Con el descubrimiento del gran mineral de plata de Chañarcillo en 1832, en Copiapó, se abre para la Provincia de Atacama ese largo capítulo de riquezas y de gloria que había de convertirla en una de las más importantes de la República en el siglo pasado.
Huasco también recibió su cuota de progreso y de bienestar material en esta brillante época. Por su puerto de exportaron durante mucho tiempo, grandes cantidades de minerales del vecino departamento.
Y por su proximidad al centro cultural de Copiapó, por el constante intercambio entre uno y otro pueblo, se creó una afinidad intelectual, cultural y cívica tan estrecha, que habría de cristalizar años más tarde en movimientos ideológicos de la mayor trascendencia política y cultural en el país.