En la provincia del Huasco, específicamente en Vallenar, estamos siendo testigos de una transformación urbana que no se dio por diseño ni planificación, sino por abandono institucional y urgencias sociales no resueltas.
La reciente información revelada sobre la toma “Cuatro Palomas” es elocuente: 1.105 hectáreas de terreno ocupadas irregularmente, superando en tamaño a todo el radio urbano de la ciudad, y más de 5 mil personas viviendo sin servicios básicos ni garantías. La autoridad comunal lo dijo con claridad: “Estamos prácticamente ante la presencia de un nuevo Alto Hospicio”.
Y aunque la frase puede parecer una exageración, no lo es. En efecto, lo que vive hoy Vallenar guarda paralelismos con el fenómeno que marcó por décadas a la ciudad nortina de Alto Hospicio: crecimiento informal, expansión desbordada, ausencia de infraestructura, vulneración sistemática de derechos y una sobrecarga silenciosa para el municipio y sus redes comunitarias.
Pero este fenómeno no ocurre de la noche a la mañana. Es el resultado de años de déficit habitacional acumulado, falta de políticas públicas eficaces, lentitud en los procesos de urbanización y negligencia del Estado. Se repite en distintas ciudades del país: cuando el mercado no resuelve y el Estado no interviene, las personas se organizan desde la urgencia y levantan territorios a pulso, en condiciones precarias y muchas veces invisibilizadas.
La toma “Cuatro Palomas” no es solo un asentamiento irregular. Es un síntoma. Es el retrato del Chile que crece al margen, sin pavimento, sin agua potable, sin seguridad, pero con una poderosa señal: la demanda por un lugar donde vivir.
¿Estamos a tiempo? Sí. Pero requiere una reacción distinta. No basta con el catastro. No basta con medir hectáreas o contar familias. Se necesita una estrategia de intervención integral, con participación comunitaria, planificación urbana moderna y voluntad política real. No podemos repetir el error de mirar desde lejos lo que ocurre en el patio trasero de nuestra ciudad.
La radicación sin planificación es inviable, pero la expulsión sin alternativas es inhumana. Entre ambos extremos, está el camino del desarrollo con equidad, que es justamente el que debe tomar Vallenar si no quiere transformarse en una nueva postal del abandono.
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