El puente Añañuca volvió a ser noticia, no por avances en su reposición ni por proyectos consolidados, sino por la desesperación de sus vecinos, quienes decidieron visibilizar el abandono colocando globos negros como símbolo de luto y protesta. Una acción simple, pero poderosa, que obligó a las autoridades a reaccionar y asumir, aunque de manera improvisada, trabajos de reparación.
La comunidad de Quinta Valle, villa Ballenary y sectores aledaños lleva años conviviendo con la incertidumbre de cruzar un puente deteriorado, que amenaza la seguridad de estudiantes, trabajadores y familias enteras. Y, una vez más, han debido recurrir a la protesta pacífica para ser escuchados, demostrando que la presión ciudadana es muchas veces el único camino para que los compromisos dejen de ser solo palabras.
Más allá de los anuncios, lo que la ciudadanía exige es claridad: ¿qué proyecto se ejecutará, con qué plazos, con qué recursos y con qué soluciones viales mientras se intervenga el puente? La falta de respuestas concretas solo refuerza la percepción de que las medidas tomadas son parches temporales y no una solución definitiva a un problema que compromete la vida cotidiana de miles de personas.
El puente Añañuca ya no puede seguir siendo el escenario de promesas que se diluyen con el tiempo. La voz de los vecinos ha demostrado que la unión y la visibilización son herramientas poderosas para exigir dignidad y seguridad. Ahora, la responsabilidad está en que las autoridades traduzcan los anuncios en hechos, porque los globos negros no deberían volver a ser el símbolo del olvido.